No es la primera vez, ni será la última, en que alguien trate de quitarle a la literatura infantil y juvenil esos adjetivos para integrarla en la literatura, o en la Literatura, con mayúscula. Es interesante la conferencia de la escritora María Teresa Andruetto que Babar rescata para nosotros: Hacia una literatura sin adjetivos.
«[...]He escuchado con frecuencia en escritores de este campo decir, a modo de justificativo por la baja calidad de un texto, lo que pasa es que yo vivo de esto, y también he escuchado a ilustradores justificarse por haber puesto su oficio al servicio de textos muy pobres con una frase como: tenía que pagar la luz. Es posible que la mayoría de los autores se deslice con cierta inconsciencia e inocencia en la trampa de esta sobredeterminación, actuando, escribiendo o dibujando conforme a las expectativas del mercado o de lo que se supone que la masa de lectores —esa abstracción que llamamos el mercado— espera leer, pero la inocencia y la inconsciencia no son cualidades de las que pueda vanagloriarse un adulto responsable, ni menos aún un escritor. Así, el grueso de los libros destinados al sector infantil y/o juvenil —aunque claro que con honrosas excepciones de libros, autores, ilustradores y editores— procura una escritura correcta cuando no lisa y llanamente baladí (políticamente correcta, socialmente correcta, educacionalmente correcta), es decir, fabrica productos que se consideran adecuados/esperables para la formación de un niño o para su divertimento. Y ya se sabe que correcto no es un adjetivo que le venga bien a la literatura, pues la literatura es un arte en el cual el lenguaje se resiste y manifiesta su voluntad de desvío de la norma.
5. Hacia una literatura sin adjetivos
La tendencia a considerar la literatura infantil y/o juvenil básicamente por lo que tiene de infantil o de juvenil, es un peligro, porque parte de ideas preconcebidas sobre lo que es un niño y un joven, y porque contribuye a formar un ghetto de autores reconocidos, incluso a veces consagrados, que no tiene entidad suficiente como para ser leído por lectores a secas. Si la obra de un escritor no coincide con la imagen de lo infantil o lo juvenil que tienen el mercado, las editoriales, los medios audiovisuales, la escuela o quien fuere, se deduce (inmediatamente) de esta divergencia la inutilidad del escritor para ser ofrecido en ese campo de lectores potenciales. Así, la literatura para adultos se reserva los temas y las formas que considera de su pertenencia y la literatura infantil/juvenil se asimila con demasiada frecuencia a lo funcional y lo utilitario, convirtiendo a lo infantil/juvenil y lo funcional en dos aspectos de un mismo fenómeno.
6. Peligro
El gran peligro que acecha a la literatura infantil y a la juvenil en lo que respecta a su categorización como literatura es justamente el de presentarse a priori como infantil o como juvenil. Lo que puede haber de “para niños” o “para jóvenes” en una obra debe ser secundario y venir por añadidura, porque el hueso de un texto capaz de gustar a lectores niños o jóvenes no proviene tanto de su adaptabilidad a un destinatario sino sobre todo de su calidad, y porque cuando hablamos de escritura de cualquier tema o género, el sustantivo es siempre más importante que el adjetivo. De todo lo que tiene que ver con la escritura, la especificidad de destinatario es lo primero que exige una mirada alerta, porque es justamente allí donde más fácilmente anidan razones morales, políticas y de mercado.»