No me gusta en absoluto el tono de sermón y de proclama hecha a base de consignas que tiene este texto de Santiago Alba Rico, pero sí me interesa una idea que subyace a las palabras grandilocuentes. Me pregunto si nos hemos quedado sin la capacidad de compadecer. Consumo y compasión.
«Porque no son la ignorancia o el miedo lo que nos impide reaccionar frente al dolor del prójimo; es que el dolor del prójimo, de un modo u otro, nos produce placer. También en Italia, también a finales de julio, cientos de visitantes hacían cola en un parque de atracciones de Milán para obtener, a cambio de un solo euro, el goce barato de una experiencia extrema: un simulacro de ejecución en el que un maniquí muy realista se retorcía y humeaba encadenado a una silla eléctrica. Madres y padres compartían alborozados el espectáculo con sus hijos y el dueño de la máquina exultaba de alegría viendo aumentar minuto a minuto sus ganancias. Se dirá que se trataba de una simulación inocente y que en realidad nadie moría achicharrado; pero lo cierto es que lo que el espectador sentía no era el alivio de que no hubiera realmente un hombre sentado a la silla sino el placer de que lo pareciera. Y por lo tanto el deseo inconsciente de que lo fuera o al menos la desilusión de que no lo fuera.»