Otis B. Driftwood nos relata su visita al que fue campo de concentración nazi durante 12 años, Dachau, una experiencia que, a pesar de su aséptica imagen actual, le resulta durísima, y necesaria: Cielo azul sobre Dachau.
«Mediada la guerra y, sobre todo, cuando Alemania empezó a ceder terreno, se construyó el segundo edificio, más grande, para compensar la saturación del primero. La malhadada “Solución Final”, que alcanzó a todos los campos, hizo que ese horno también resultara insuficiente y fue por ello que los aliados se encontraron, apilados dentro de una de sus salas, cientos de cadáveres desnudos y esquilmados que “esperaban” su incineración. Este edificio sí permite la entrada al visitante; se recorre en apenas unos minutos, suficientes sin embargo para no haber querido entrar nunca, pues se pasa, por este orden, por las cámaras de “desinfección”, la sala de espera previa a las duchas de gas, las duchas en sí (un lugar sin apenas luz externa con aquellos agujeros en el techo, última visión de los que aquí perecieron) y la sala de cadáveres anterior al horno. Un macabro trayecto que no todos los visitantes recorren, por la losa de realidad que supone.»