En No hay piedad para Ingrid y Clara Tomás Eloy Martínez enfrenta una de las mayores lacras de nuestra sociedad: el de la intrusión de la prensa en terrenos que poco o nada tienen que ver con la información y sí con la invasión de la intimidad y el regodeo en lo personal y privado. Aunque aquí nos haya llegado sólo lateralmente, eso parece que les pasó a las liberadas por las FARC.
«Las heridas del cautiverio que Ingrid Betancourt y Clara Rojas padecieron, durante más de seis años, en la jungla colombiana parecían a punto de cerrarse, cuando se abatió sobre las dos mujeres otra calamidad. Al confinamiento infligido por sus verdugos de las FARC con el ominoso cortejo de tormentos físicos, contagio de plagas, abusos sexuales y amenazas de daños a las familias siguió, desde el momento mismo en que las mujeres fueron liberadas, el acoso de un periodismo sin fronteras morales, que sigue esforzándose por convertir a las víctimas en piezas de un espectáculo que se presenta como información necesaria, pero cuya única función es saciar la curiosidad perversa de los consumidores de escándalo. »