Antón Castro, dentro de su amplia serie de textos sobre las Olimpiadas, recuerda la figura de la mejor gimnasta de todos los tiempos, la irrepetible Nadia Comaneci.
«Todo el mundo la recuerda porque parecía un ángel o una diosa saltimbanqui: menuda y hermosa, con una elasticidad increíble, pura elegancia, belleza y armonía. Parecía volarse, doblarse, saltar sin estridencia, con un vértigo exacto y deslumbrante. Logró siete veces la máxima nota y quizá jamás fue tan hermosa y apasionante la competición de gimnasia. Cuatro años después, en Moscú-1980, Nadia Comaneci, con 18 años ya, arrastraba distintas lesiones y enfermedades. Pese a todo, cedió apuradamente el título individual a Yelena Davidova por poco, y ganó el oro en barra de equilibrio y en suelo. Y aún obtuvo una cuarta medalla, de plata de nuevo, con Rumanía en la competición por equipos.»