En Reanimando a los muertos Christopher Boone hace un breve repaso de experimentos espectaculares (porque se hacían como espectáculo) de aplicación de electricidad a cadáveres que se llevaron a cabo durante el siglo XIX.
«Mediante dos varas conductoras conectadas a una batería, se dedicó a tocar distintas partes del cuerpo, con lo que el cuerpo empezó a reaccionar de forma visible. Al conectarlas en boca y oreja, la mandíbula empezó a temblar, los músculos cercanos se desfiguraron, y el ojo izquierdo se abrió.
Los resultados no fueron mucho más agradables cuando una de las varillas tocó el recto del cadáver. En ese momento, todo el cuerpo empezó a convulsionarse, y como recogieron los diarios de la época, muchos espectadores creyeron que el cuerpo había vuelto a la vida.»