Guillermo Pardo explica algo que ya sabemos todos pero que en estos momentos es así más que nunca: el objetivo de la publicidad es directamente el corazón. Si no, no se explica que aparezcan continuamente lobos pretendiendo cuidar ovejas. La clave está en las emociones.
«El lenguaje utilizado en estos y otros muchos ejemplos, con sus campos semánticos asociados a conceptos nobles como “amor”, “vida”, “solidaridad”, “ecología”, “respeto”, “familia”, “futuro”, “bienestar”, “tolerancia”, “humanismo”, etc. etc., adquiere un sesgo perverso de efectos adormecedores. Si no imaginamos un zorro cuidando gallinas, ¿cómo entender que una petrolera, una minera o una maderera pueden garantizar el medio ambiente planetario? No hablo de intenciones, sino de lenguaje, de palabras utilizadas con fines muy concretos que, sin embargo, no fueron creadas para esos fines. Con razón se dice en un anuncio de Endesa: “Vamos a tener que reinventarlo todo para cambiar el mundo”.»