Francisco Ferrer Lerín cuenta la historia —en la que él mismo participó— de uno de los primeros hitos del conservacionismo en España: la creación de un muladar en el que dejar las reses muertas para alimentar a los buitres, diezmados por las normas higiénicas y la caza descontrolada. El muladar.
«Una meseta –una “corona” en lengua local– desprovista de vegetación para no espantar a las desconfiadas aves y que disponga de aceptable acceso para los vehículos que han de transportar los cadáveres, con una situación en el mapa que no desanime a los ganaderos y que no cree alarma social a los ciudadanos: ése era el sueño de todos nosotros. Esquilmados por los venenos que colocaban los cazadores, por los disparos de los propios cazadores, por las nuevas normas sanitarias que obligaban a enterrar, por la falta de comida al irse sustituyendo las caballerías por tractores y camiones, los carroñeros, las grandes aves rapaces carroñeras —buitres, alimoches, quebrantahuesos— se convirtieron en nuestro ideal de salvación. Éramos una tribu urbana con una especial sensibilidad por la naturaleza que se nos hurtaba, con una peculiar nostalgia por un pasado rural repleto de palabras como “bestias de tiro”, “arado romano”, “semovientes” o “tracción a sangre”. Ese germen de los movimientos ecologistas carecía de presupuestos económicos, cruzaba aún sin mala conciencia fronteras regionales y no se exhibía constantemente en la prensa como las actuales oenegés y otros misioneros; éramos absolutamente voluntaristas y puros, pese a la inigualable pestilencia del material manejado.»