Quítenle al artículo de Felix de Azúa, Cultos hasta la náusea algunas de sus obsesiones repetidas (por repetidas más que nada), y tendrán un inteligente análisis de cómo nuestras democracias se han apropiado de la cultura para, bajo la excusa de la democratización, apagar cualquier posibilidad de fuego.
«Lo que indigna a Brossat es la traición de los demócratas (primordialmente la izquierda francesa) que han sustituido la vieja educación ilustrada y revolucionaria (la de Condorcet) por un gigantesco aparato de ocultación, dominación y masificación. Velado en el imperativo religioso del “respeto a la cultura”, en el terrorismo sobre “la muerte de la cultura”, o en los negocios del “derecho a la identidad cultural”, subyace una maquinaria destructora de la política real, cuya finalidad verdadera es apagar los escasos focos de insumisión que aún quedaran. La cultura es la más eficaz de las máquinas de formación de masas.»