Eduardo Galeano lanza una larga (y brillante, como siempre) diatriba contra el consumo extremo, así, en general, todo un clásico, una crítica al consumismo. Es cierto que habla de generalidades, lo hace a menudo, pero no es menos cierto que a veces de algunas cosas, por puro obvias, jamás se habla. El imperio del consumo.
«El derecho al derroche, privilegio de pocos, dice ser la libertad de todos. Dime cuánto consumes y te diré cuánto vales. Esta civilización no deja dormir a las flores, ni a las gallinas, ni a la gente. En los invernaderos, las flores están sometidas a luz continua, para que crezcan más rápido. En la fábricas de huevos, las gallinas también tienen prohibida la noche. Y la gente está condenada al insomnio, por la ansiedad de comprar y la angustia de pagar. Este modo de vida no es muy bueno para la gente, pero es muy bueno para la industria farmacéutica. EEUU consume la mitad de los sedantes, ansiolíticos y demás drogas químicas que se venden legalmente en el mundo, y más de la mitad de las drogas prohibidas que se venden ilegalmente, lo que no es moco de pavo si se tiene en cuenta que EEUU apenas suma el cinco por ciento de la población mundial.»
2008-05-10 20:36
Sé que es una puntualización quisquillosa que en nada trastoca el objetivo del texto enlazado, pero quiero decirlo: las gallinas necesitan dormir para producir, y como eso se sabe, las gallinas duermen. Los programas de luz actuales rondan las 8 horas de oscuridad como mínimo.
Tal vez a lo que refiera el texto es a la costumbre de despertar durante unos pocos minutos a los animales, un par de horas antes de su amanecer (momento de la puesta), para que consuman pienso rico en calcio. Con esto se reduce el impacto que supondría usar únicamente las reservas óseas para la formación de la cáscara, lo que conlleva problemas fatales en las patas.
La mayor atrocidad, afortunadamente prohibida desde hace años, eran los programas de iluminación ahemerales, en los que a las gallinas se les ofrecían unos intervalos luz-oscuridad que sumaban más de 24 horas (26-28). Con ello se ajustaba la duración del día subjetivo con las horas necesarias para poner un nuevo huevo. De esta manera los animales no tenían días de descanso y permanecían en puesta ininterrumpida semanas.