Luis Alfonso Gámez pide algo que parece de perogrullo: que las confesiones religiosas no tengan presencia pública, sino privada; y lo hace refiriéndose a los Curas en comités de ética hospitalarios y crucifijos en tomas de posesión de ministros. Por cierto, yo estaba convencido de que esos comites de ética siempre contaron con un cura.
«Es inadmisible que se abran las puertas de los comités de ética hospitalarios a los curas para que puedan dar su opinión sobre lo que no les atañe en absoluto: las vidas de quienes no creemos. No tengo nada en contra de quien quiera poner un sacerdote en la cabecera de su cama o que los dictados de la Iglesia guíen su tratamiento médido. Allá él. Sin embargo, si un día enfermo de gravedad y mi situación es debatida en un comité de ética, no quiero que en él se escuche la voz de un clérigo, ni siquiera que esté presente. Porque, aunque para mí el ser humano está por encima de todo, él pondrá por encima de mi bienestar que incluye mi derecho a una muerte digna los dictados de un ser imaginario y de sus intérpretes en la Tierra.»