Nada puedo adelantarles de Licantropía, cuento de Enrique Anderson Imbert; me fue regalado el día del libro y les diré que estuvo a punto de conseguir que le perdiera el mucho respeto que le tengo al regalador.
«Me trepé al tren justo cuando arrancaba. Recorrí varios coches. ¡Repletos! ¿Qué pasaba ese día? ¿A todo el mundo se le había ocurrido viajar? Por fin descubrí un lugar desocupado. Con esfuerzo coloqué la valija en la red portaequipaje y dando un suspiro de alivio me dejé caer sobre el asiento. Sólo entonces advertí que tenía al frente, sentado también del lado de la ventanilla, nada menos que al banquero que vive en el departamento contiguo al mío.»