El día después de la primera sesión de investidura de esta nueva legislatura me ha hecho gracia releer este texto de Rafael Marín hablando de una sensación que, aunque extraña, es muy real. La sensación de que después del agobio mediático-político de los últimos meses (¿años?) ahora mismo No pasa casi nada.
«Pero recuerdan ustedes el lunes post-elecciones? ¿Hablaron ustedes de política en el trabajo? ¿Verdad que no? Como si aquí no hubiera pasado nada (y realmente, desde la normalidad democrática, no tendría por qué haberlo pasado), hablamos esa misma mañana de fútbol y de Rodolfo Chikilicuatre: quienes habían perdido las elecciones y llevaban tiempo rajando, hicieron un agradable mutis y dejaron los Apocalipsis para mejor momento; quienes las ganaron, tampoco vociferaron el equivalente adulto al “rabia rabiña” de nuestras discusiones infantiles. Las procesiones y las cabalgatas irían por dentro, pero como en el fondo por una vez parece que es verdad que los dos grandes partidos aumentaron de peso, una sensación de impasse se ha apoderado de la política general de nuestro país.»