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Mi odisea

Luisa Castro cuenta cómo fue la publicación de su primer libro y sus inicios editoriales, peculiares al ser ella una adolescente gallega sin contactos de ningún tipo: Mi odisea.

«Con todas sus imperfecciones yo sabía que era literario, tenía bastantes lecturas para saberlo. Con ello quiero decir que no era un collage de lecturas, ni un libro que imitara a ningún autor. Tenía el empeño de ser original. Aquel libro lo escribí para tener algo que enviar a Arnao, a la misteriosa dirección, y para que no se les pasara por alto. No hubiera sucedido nada si no me lo hubieran publicado. Había hecho aquel trabajo y había aprendido de él. Envié mi manuscrito a la dirección de Madrid que venía en el anuncio y me olvidé por completo de que me contestaran. A los pocos meses me llamaron. Les había gustado, y no sólo eso, les había gustado “mucho”. La voz que me lo comunicaba era de Maite de Paz, una voz joven, entusiasta. Acababa de abrir su pequeña editorial y se había estrenado con un libro de Eloy Tizón. Fue mi primer contacto real con la literatura.»

Marcos Taracido | 22/03/2008 | Artículos | Mundo del Libro

Comentarios

  1. Ana Lorenzo
    2008-03-22 12:01

    Ramón Buenaventura lo cuenta así en su librillo :«En El Cultural de esta semana cuenta Luisa Castro una pequeña anécdota en que participo yo. Le falla la memoria. Nuestro primer contacto ocurrió como sigue (copio de Ramón Buenaventura, Las Diosas Blancas – Antología de la joven poesía española escrita por mujeres, Hiperión, Madrid, 1985, 1986):

    Esta antología reclamaba, en principio, un esfuerzo de localización veloz que me permitiera diseñar la maqueta básica de trabajo. Y tuve la suerte de encontrar casi en seguida el mojón temporal más cercano al presente: esta muchacha casi demasiado joven, casi impensable, que me llegó en un librito modestamente impreso por Maite de Paz (editora vocacional y admirable). La primera lectura, mero tanteo o toma de contacto, que hice de Odisea definitiva me dejó en la impresión de que había fondeado en aguas de mucho respeto, a las que tendría que regresar con holgura.

    No fue tarea simple. Durante largos meses, Luisa Castro permaneció en estado de nombre sin suficientes atributos. Maite de Paz me facilitó su dirección en Foz, pero no su teléfono, y servidor para esto de escribir cartas es un desastre. Fui dejando pasar las semanas hasta que, por fin, se me ocurrió lo obvio: llamar a información de Lugo.

    No había más que dos Castro en el número tal de la calle tal, de modo que de inmediato tuve a Luisa a tiro de palabra. Le expliqué todo el proyecto, le dije que pensaba incluir poemas suyos y le pregunté si podíamos charlar un rato. Me contestó: «—¿Y tiene que ser ahora? —No, claro, también podría ser nunca —fue todo lo desagradable que se me ocurrió—. Pero tengo bastante prisa. —Bueno, bueno, pues vale.» La verdad es que la chica me cayó fatal y que con mucho regusto la habría eliminado de la antología en ese mismo momento [...].

    En fin. La sangre no llegó al río. Luisa fue, quizá, la principal estrella de la antología. Y creo, incluso, al cabo de los años (más de veinte han pasado), que ahora hasta podríamos detectar la presencia de algún cariño entre los dos. Sí por mi parte, desde luego.»


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