Alejandro Polanco Masa nos recuerda en valor de la ciencia en palabras de Santiago Ramón y Cajal, en Warren de la Rue, Cajal y el eclipse de 1860.
«Mi padre me había explicado la teoría de los eclipses y yo lo había entendido bastante bien. Sin embargo, me quedaba un resquicio de duda. ¿Y si la Luna se olvida de seguir el curso calculado? ¿Es posible que la ciencia, que no puede explicar cosas que podemos ver y tocar, pueda predecir un fenómeno que sucede tan lejos de la Tierra (…)? Es justo reconocer que Diana, la Luna, no necesitó ninguna advertencia. Llegó la hora anunciada y los cálculos se cumplieron con exactitud. Durante el eclipse, la inquietud llena toda la naturaleza, como me hizo observar mi padre. Para animales y plantas, acostumbrados a la alternancia regular de luz y oscuridad, el eclipse es una especie de contradicción, como si de repente las fuerzas naturales que gobiernan su vida fallaran. Para mí, el eclipse del 60 fue toda una revelación. Comprendí que el hombre (…) tiene en la ciencia un instrumento poderoso de previsión y dominio.»