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La angustia lectora

Joaquín Rodríguez sufre La angustia lectora, síndrome que solo afecta a los lectores lectores (o grandes lectores, los llama él). Encuentra la columna de Manuel Rodríguez Rivero Leer por haber leído, que le afianza aún más en esa angustia. ¿Qué lector no calcula que no tiene tiempo para leer siquiera los libros ya publicados aun haciendo una criba rigurosa?

«En realidad, para que este síndrome de la angustia se manifieste, tiene que ocurrir lo que Rodríguez Rivero resalta: “la ansiedad ante lo que no se ha leído sólo puede producirse entre lectores. Los no lectores radicales —ese 43,1% de nuestras encuestas— no se angustian: no tienen por qué”. La paradoja fundamental, por tanto, es que por una vez en la vida sería deseable propiciar entre nuestros congéneres el contagio, difundir la epidemia, propagar el malestar, para lo cual —déjenme ponerme un poco sociólogo—, sería necesario proporcionar a todos las condiciones universales de acceso a los valores más universales de nuestra cultura, que es tanto como decir una insistencia pertinaz por la elevación de las competencias lectoras en la primaria y la secundaria de nuestros colegios e institutos.

Pero yo, en realidad, quería ufanarme hoy —con el permiso de mis incondicionales y benévolos lectores— de esa angustia lectora que padezco hace décadas y que intenté trasladar a un cuento de Las mujeres que vuelan titulado “Lo peor no son los autores”, y que comenzaba así:

“Me atormenta la idea de que nunca seré capaz de leer ni la más ínfima cantidad de los libros que me interesan, me consume la certeza de que sólo alcanzaré a poseer una mínima fracción de los libros que han sido publicados, me abruma y mortifica la magnitud de mi desconocimiento, de mi ignorancia. La cuenta es muy sencilla de realizar: si un lector voraz como yo pudiera leer dos libros semanales durante los próximos cuarenta años —suponiendo que las facultades mentales no quedaran de ninguna manera mermadas y que la agudeza visual no necesitara de ninguna clase de soporte o de refuerzo— tendríamos que podría llegar a leer, ni siquiera a releer, unos cuatro mil sesenta libros, una suma ridícula si reparamos en la cantidad desorbitada de libros que se superponen en las librerías, en el continuo rotar de las novedades, por no mencionar la inabarcable producción de los clásicos de todos los siglos precedentes. Yo confieso que asomarme a ese abismo me produce una desazón tan aguda que intento compensarla con una acumulación doblemente desmedida de títulos, en la vana esperanza de que el mero amontonamiento atenúe mi angustia. [...]“»

Ana Lorenzo | 10/03/2008 | Artículos | Literatura

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