Rafael Argullol reflexiona sobre el componente erótico, subversivo y transgresor de la máscara, como elemento que, dice, “invita a la pluralidad de funciones”. Carnaval.
«La máscara ha tenido ese gran prestigio en todos los momentos que el moralismo humano o el totalitarismo moral humano ha intentado canalizar las conductas comunitarias a través de una determinada rigidez puritana. Ya en la antigua Grecia, como la religión olímpica tenía corsés puritanos, se desarrollaron todas las religiones mistéricas, nocturnas, etc. Cuando el cristianismo se impuso como cultura hegemónica, se mantuvieron aunque fuera secretamente o clandestinamente, fiestas paganas en las cuales la máscara siempre jugaba un papel fundamental. Cuando los totalitarismos incluso políticos han intentado poner un orden muy estricto, una de las primeras cosas que han prohibido es la máscara. En España, por ejemplo, cada vez que se imponía un régimen totalitario en el siglo XVIII o XIX, se prohibían las máscaras, y durante el franquismo estaban prohibidos los carnavales- este es un dato que ahora a veces se olvida. Durante cuarenta años en España, un país con gran tradición de carnavales, estaban prohibidos, porque la máscara implica peligro para el orden, implica esa especie de subversión para la moral.»