De las muchas efemérides que se recuerdan este 2008, Anaclet Pons se para en el primer centenario de la atonalidad y recuerda cómo en 1908 Arnold Schoemberg alejó definitivamente la tradición clásica de su audiencia. Un siglo de atonalidad.
«Schoenberg no fue un showman o un oportunista, como lo fue Beethoven, a juicio de John Keillor. Era la clase de persona dispuesta a afirmar en público su judaísmo el mismo día que Hitler asumía la cancillería, y en Berlín. Su valor y sinceridad absolutos se extendieron a todas sus acciones. En el verano de 1908, se encontraba de vacaciones en Grunden con su familia mientras escribía el ciclo de canciones de El Libro de los jardines colgantes. En aquellos días, su esposa Matilde le dejó para marcharse con su profesor de pintura, Richard Gerstl. Durante los meses en los que su esposa estuvo ausente, Schoenberg terminó la composición con dos piezas carentes de cadencia ni acorde primario. Suspendió las resoluciones tradicionales en su música, reflejando el trastorno de la crisis matrimonial. Los discípulos del maestro mantuvieron contactos regulares con Matilde hasta que la convencieron para que volviera, cosa a la que accedió aquel otoño.»