Traemos a LdN una anotación de un artículo de 1990 de José María Guelbenzu, por su sorprendente actualidad después de 18 años. En ¿Chulear a los clásicos? se habla de la pretensión de instaurar un canon a la reedición de obras clásicas para compensar a los escritores actuales. Exacamente los mismo que sucede ahora si copiamos un disco de Bach. ¿Hemos avanzado tan poco en 18 años?
«Pero la perla es el punto tercero, el del canon sobre las ediciones de clásicos. Sigamos con Cervantes. Imaginemos que se ha conseguido implantar el canon por libro a todo clásico editado en la actualidad con el destino de cubrir las necesidades de los escritores de hoy. ¿Por qué razón el Quyote pertenece mas a un escritor que a un lector? ¿Por qué beneficiar, pues, con tal canon a un escritor y no a un lector necesitado? Segunda cuestión: ¿quién es un escritor? Aún más: ¿quién decide quién es escritor y quién no a efectos de acreditarle como beneficiario del dinerito que genera Cervantes? El absurdo de la situación me parece evidente. Pero el absurdo de la situación llega al delirio si, en buena lógica, escritor es todo aquel que publica un libro. En ese caso, yo aconsejaría a cualquier español que no se amilanase, que escribira un librito por infumable que fuera y lo publicase a su costa. Con esta discreta inversión podrá acogerse a los beneficios que generen los clásicos si un día se ve en un apuro. Y si los administradores del canon son apañados, lo mismo consigue veranear a precios especiales en alguna residencia veraniega de escritores en el Levante español.»