Julián Bruschtein escribe sobre Cobrador, el relato del escritor brasileño Rubén Fonseca y la adaptación cinematográfica de Paul Leduc: la miseria y la angustia de vivir hipotecado en la más cruda de las formas.
«Dios no existe pero está en la cabeza de todos. El acreedor supremo tampoco existe, pero está en la cabeza de todas las víctimas de la injusticia, en el deseo, la impotencia y el dolor. No es un programa político. Es el huracán turbio y furioso de la impotencia con el que se van a dormir los que perdieron su casa o los que ven a sus hijos en la misma miseria en la que se fueron sus vidas, los reprimidos por las dictaduras, los desplazados, los pisoteados o los trabajadores de las minas de oro de Bello Horizonte, como el protagonista de la película. Esa noche cerrarán los ojos y tendrán revancha.»