A La buena lectura, de Barbara Jacobs, le falta algo, quizás una conclusión, o un hirizonte claro; porque en el fondo cae un poco en lo que critica o parece criticar: la oscuridad intencionada de algunos escritores, al menos en lo que al voacbulario se refiere; por momentos el texto me recuerda a las diátribas antigongorinas. No sé.
«No pretendo dominar ni siquiera una sola lengua, la historia de cada una es larga, las épocas de todas son muchas, las regiones, las jergas, los modismos y los niveles, pero si estoy leyendo una novela de un autor contemporáneo mío, esperaría poder leerla sin diccionario de por medio, disfrutarla con fluidez, saber de entrada qué significa umbelas y plúmulas, qué son, y en qué sentido se relacionan con el gallardete bífido que galleaba y con el cenotafio, o para el caso con la materia gramínea que les sigue, a estas umbelas y estas plúmulas que me suenan a nombres femeninos no sé de qué reino, si del mineral o del vegetal, o si son neologismos, o si el autor está jugando y nos está poniendo a prueba, a mí y al universo. ¿Qué son las umbelas, qué son las plúmulas?»