Espléndida declaración de amor a su profesión, la de profesor, por parte de Enrique García-Máiquez en este Elogio de los alumnos, donde cuenta la razón que le lleva cada noviembre a ponerse delante de un grupo de jóvenes desconocidos en un aula de Formación Profesional.
«Empieza lo que los pedagogos llaman proceso de enseñanza-aprendizaje, en el cual enseño unos temarios y aprendo más de lo que doy. Resulta emocionante verlos individualizarse, a ellas —por razones obvias— primero, luego a ellos, poco a poco emergiendo, casi siempre para bien, de la masa gris y compacta, hasta que cada uno es cada cual, con su nombre —porque ya me lo sé— y su historia, sus problemas y sus ilusiones.
Me asalta entonces una nueva crisis, ahora de entusiasmo. La tentación es dejar medio aparcados los contenidos de mis módulos socioeconómicos (con perdón, que así se llaman) y darles buenos consejos de cultura general y filosofía práctica. Explicarles con mis palabras o con las del poema “Fin de curso” de Víctor Botas, que, aunque lo lógico es que de las aulas salgan preparados para la ganancia de un dinero, uno quisiera dejarles también con la mente bien despierta para las cosas que de verdad importan en la vida.»