José Steinsleger hace un repaso a la proliferación de revistas culturales en el siglo XX en Latinoamérica, y a su papel definidor de tendencias y percepciones y análisis culturales, sociales y políticos. Revistas culturales y barbarie.
«En Argentina, las míticas Martín Fierro (1904 y 1919) y Los Pensadores (1922-26) precedieron el gran impacto de Claridad (1927-41, Antonio Zamora). En Perú, con escasos recursos, José Carlos Mariátegui consiguió que Amauta (1926-30) circulase por el continente. Al año siguiente, Victoria Ocampo invirtió parte de su fortuna en la creación de una revista trascendental: Sur (1931-67). Y al empezar la Segunda Guerra Mundial, dos grandes publicaciones brotaron de la tenaz voluntad de sus directores: en Uruguay, el ensayista Carlos Quijano se puso al frente de Marcha (1939-74) y en México, el cardenista Jesús Silva Herzog encabezó la primera época de Cuadernos Americanos (1942-67). Letras del Ecuador (1945-54, dirigida por Benjamín Carrión) y Revista de Guatemala (1945-48/1951-53, Luis Cardoza y Aragón) respondieron a las urgencias culturales de ambos países, y la revolución cubana llevó a la creación de Casa de las Américas (1960).
Los investigadores Héctor Lafleur y Sergio Provenzano se preguntaron a fines de los años sesenta: ¿cómo y por qué nacen las revistas culturales? ¿Son un mero pretexto de autopromoción o en cambio responden a una línea conceptual, doctrinaria e ideológica que trasciende los individualismos y los hedonismos? ¿Son simples expresiones facciosas, voceros de capillas y grupos o, acaso, la viva expresión de una revolución en el arte, el vehículo militante de una transformación en la sensibilidad de una época?»