Néstor García reflexiona sobre la necesidad de replantearse el modo en que analizamos (negativamente) los nuevos hábitos lectores, la importancia del libro como centro de la cultura en estos momentos en que los jóvenes se acercan a esa cultura de un modo muy distinto al de generaciones anteriores: Leer en tiempos del iPod.
«¿Qué queda de la experiencia de la lectura?
La visión de un porvenir dominado por las imágenes mediáticas, como pronosticaron Marshall McLuhan y otros, no se ha cumplido. Decía Juan Villoro que si McLuhan resucitara en un cibercafé, creería encontrarse en una Edad Media llena de frailes que descifran manuscritos en las pantallas. Sin embargo, ¿no hay algo que se pierde irreparablemente cuando se desconoce la información razonada de los periódicos y se prefieren los clips rápidos de los noticieros televisivos, cuando los libros son reemplazados por la consulta fragmentaria en Internet? ¿No ofrecen los libros una experiencia más densa de la historia de la complejidad del mundo o de los relatos ficcionales que la espectacularidad audiovisual o la abundancia fugaz de la informática?
¿Qué queda en las interconexiones digitales, en la escritura atropellada de los chateos, de lo que la lengua solamente puede expresar en la lenta elaboración de los libros y la apropiación paciente de sus lectores?
Sin duda, hay que preservar lo que los libros representan como soportes y vías de elaboración de la densidad simbólica, la argumentación y la cultura democrática. Pero no veo por qué idealizar, en abstracto, generalizadamente, a todos si al preguntar a los lectores sobre su libro favorito, en las encuestas citadas, 30% o 40% no sabe cuál es y entre los mencionados sobresalen obras de autoayuda, esotéricas y El código da Vinci.»