Quizás esto ayude a comprender un poco el difícil entramado colombiano: Eduardo Pizarro publica un artículo, Frustración tras frustación, en el que sostiene que la guerrilla, la lucha armada, es un freno al crecimiento de una izquierda democrática. Le contesta Nicolás Rodríguez Bautista, comandante del ELN, argumentando que sólo con las armas se puede hablar en la coyuntura de pobreza y falta de democracia actual; y Pizarro contraargumenta en De las armas a la política.

Pizarro: «Hoy, cuando a todo lo largo y ancho de América Latina la izquierda está accediendo al poder por las vías democráticas, la persistencia de la lucha armada en Colombia es no solamente obsoleta sino objeto de condena sin aspavientos por el derecho internacional humanitario y el derecho internacional de los derechos humanos. ¿Cómo es posible que en pleno siglo XXI el Eln siga secuestrando y sembrando minas antipersonales, dos crímenes de lesa humanidad objeto de rechazo mundial? ¿Cómo es posible que exijan ser excluidos de las listas de grupos terroristas de la Unión Europea y el Departamento de Estado si continúan perpetrando crímenes de guerra que horrorizan al espíritu humanitario contemporáneo?»

Rodríguez Bautista: «Desde nuestra condición insurgente hemos luchado y lo seguiremos haciendo por encontrar una salida política al conflicto pero encontramos un establecimiento y unos gobiernos que carecen de estatura para reconocer que la Insurgencia tiene un puesto en los destinos de la patria y por esa razón no ha sido posible llegar a acuerdos que tomen el camino de la distensión, el alivio humanitario para la sociedad y explorar desarrollos de acción política en un ambiente de cese al fuego y hostilidades, como es el deseo del ELN.

Por ello mientras el ELN se esfuerza en disponerse a buscar soluciones, desde el Gobierno se pretende imponer sus políticas en la mesa, y nosotros reiteramos que la solución política se construye con base en acuerdos que interpreten las partes, esto lo hemos reiterado desde siempre y en los diálogos con los diferentes gobiernos.»

Pizarro: «La gran paradoja de la lucha armada en Colombia es que no ha coadyuvado a la apertura de espacios democráticos sino a su cierre. Los criminales grupos paramilitares son un hijo expósito de los excesos cometidos por la guerrilla en múltiples regiones del país. La guerrilla es, en gran medida, la responsable de la emergencia del paramilitarismo, ese Frankenstein monstruoso que tanto daño le ha hecho al país. Más allá de la responsabilidad de miembros del Estado y de las élites regionales en su conformación, así como de la degradación delincuencial que sufrieron las Auc, lo cierto es que la extorsión, el secuestro, los asesinatos de ganaderos y comerciantes y la precaria presencia del Estado en múltiples regiones llevaron a algunos de estos sectores victimizados a convertirse en victimarios.»