Probablemente por El aburrimiento, José Ángel Barrueco escribe sobre los peligros del mismo. Del aburrimiento, se entiende.
«El aburrimiento, como digo, engendra tipos sospechosos. Ese vecino de arriba, que toca tu timbre cada dos por tres, para embarcarte en reuniones vecinales, protestas y chorradas. Ese oficinista que, quemado y con exceso de tiempo libre en el trabajo, se dedica a enviar anónimos saturados de insultos gracias al ordenador de la oficina. Ese tipo solitario que, acodado en la barra de un bar en las tardes de lunes, procura conversar con cualquiera que recale a su lado, lo conozca o no. El fulano que llega a casa y se consagra a meterse con su mujer o a pegarla porque, en realidad, no tiene otra cosa que hacer, y ella paga los platos rotos. La banda de aburridos que sale a las calles y destina el tiempo de los sábados a golpear a viejos, o a borrachos, o a mendigos. La señora que acude a una tienda y marea al dependiente, bombardeándolo con preguntas inútiles, para luego confesarle: “Bueno, sólo buscaba información; ya volveré otro día”.»