Nacho Vigalondo, en Contra la piratería, explica cómo hacer que la gente vaya al cine: evolucionando.
«Frente a tí no está la espalda de la butaca de enfrente. Hay una barra. Con cuadernillo en el que lees un menú, diferente según el edificio (pueden consultar en pdf el de South Lamar aquí) y un pequeño fajo de hojas en blanco para apuntar pedidos. Puedes pedir comida y bebida durante toda la película, hasta media hora antes de que acabe la proyección. Cuando digo “bebida” hablo de una excelente selección de refrescos, vinos y cervezas (sí, ésta incluida) y cuando digo “comida” no me refiero a acertijos precocinados, sino a una de las mejores pizzas, quesadillas o costillares que probarás jamás. Y al único plato que, al dia de hoy, puede competir en grado de picante con el ya legendario Infierno de Ternera: Las alitas de pollo Apocalypse Now. Y, rizando el rizo, hay disponibles menús alternativos: En el caso de que hayas ido a ver Branded to Kill tienes a mano una selección de comida oriental. Si vas a ver Los Pájaros puedes escoger un menú exclusivo compuesto de ave en todas sus variedades.
El definitiva, el Álamo no es una sala de cine donde puedes comer, es un restaurante integrado en una sala de cine. Con lo que la broma dejaba de serlo a partír del segundo dia: Al mediodía, vez de escoger la comida para acompañar la película, escogíamos la película para acompañar la comida.»