Robert Fisk, La pena de muerte.
«La pena capital, para los que creen en ella, es casi una pasión. Yo pienso que está mas cerca de una adicción, algo así como fumar o beber alcohol, que puede ser curado sólo con la abstinencia absoluta. No existe excusa, sin embargo, para las ejecuciones secretas en Japón, las inyecciones letales en Texas o las decapitaciones afuera de las mezquitas. ¿Pero cómo se alcanza ese estado cuando la humanidad está obsesionada con una muerte que tiene que ejecutarse de manera tan salvaje?
Siempre que los iraníes cuelgan a traficantes de drogas o a violadores, que quién sabe si son culpables o inocentes, de grúas que elevan a estos desafortunados por los aires como pájaros muertos, siempre están rodeados por miles de hombres y mujeres que corean “Dios es grande”. Hicieron esto inclusive cuando fue colgada una joven mujer. Con toda seguridad, algunas de estas personas están en contra de un castigo tan terrible, pero existe, al parecer, algo primario en nuestro deseo por estos asesinatos judiciales.»