Miguel Santa Olalla Tovar, Deporte y fe: «Se dejaba de creer en Dios (o en los dioses), pero se creía en los hombres: Perico podía subir el Tourmalet y realizar un descenso vertiginoso. Entonces llegó el cisma, la reforma, la crítica. Llegó la racionalidad y el desencantanmiento del mundo. Es lo que tiene la ciencia: desentraña los misterios que toca. Congela las creencias hasta precipitar su contenido y someterlo a pruebas insuperables. Entonces apareció la conciencia y supimos que los dioses no eran tales: que existen néctares secretos (o no tanto) capaces de multiplicar su rendimiento, que están detrás de sus heroicidades. No es el hombre, es el veneno el que pedalea. La heoricidad ahora no es batir el tiempo en la contrareloj, sino apostar la salud del futuro en favor de una fama pasajera. No gana el mejor, gana el más listo, el que cuenta con un mejor asesoramiento “médico”.»