Frontal y cáustico, así de enfadado suena este texto de José Luis López Bulla desde su primer párrafo: «Para organizar sistemáticamente una grita a los dirigentes políticos hay una condición aproximadamente necesaria (aunque no suficiente), a saber: los que chillan no deben presentarse nunca a consulta popular alguna. Ni siquiera al nobilísimo puesto de jefe de escalera de un patio de vecinos. Es lo que, siguiendo las recientes tradiciones, ocurrió en la Diada de Cataluña. Cada vez que un partido político acude al monumento con su ofrenda floral, un aguerrido grupo de chillantes pita e insulta a los políticos, ya sean de babor o estribor. Todos gritaban a gaznate batiente: ¡traidores! Nadie se salvó de tan ásperas invectivas. Cuarentones de barrigón cervecero, con la ubicua camiseta-sobaquin y pantalones vaqueros de pijopanas, se quedaron afónicos con tanta emisión de pedos intelectuales (en adelante, por ser más eufónico, diré peos) contra todos los políticos. Entre paréntesis diré: me parece de lo más normal, dado el coeficiente argumental de los miembros de esa cofradía de chillantes; de sus esfínteres cerebrales sólo pueden salir peos.» Los que abuchean (y una referencia a Rossana Rossanda).