Hace unos cuantos años empezó en Galicia una revalorización de la tradición arquitectónica, y empezó a valorarse mucho la restauración de las típicas casas de piedra gallegas: pero la práctica totalidad de las restauraciones dejaban la piedra a la vista como parte de la recuperación, cuando nuestros antepasados la cubrían de vivos colores. Iñaqui explica algo muy parecido que sucedía con las iglesías románicas, hoy paradigma de la sobriedad: «En sus orígenes, en los templos románicos, no se podía ver un solo centímetro de piedra, es más, la visión de la piedra limpia era señal de dejadez o mal gusto. En el interior de las iglesias, todos los adornos, estructuras arquitectónicas(columnas, capiteles, vanos…) y la mayor superficie posible de los muros, se adornaban con pinturas al fresco y el resto se encalaba de inmaculado blanco. Si la parroquia disponía de buenas rentas y se lo podía permitir, todo el interior sería profusamente adornada de pinturas al fresco con motivos de santos, pasajes bíblicos o heroicidades del Rey de turno. Pero además, los colores de las pinturas no eran cálidos tonos pasteles que tanto nos gustan ahora, sino colores muy vivos, chillones y brillantes.» Románico en Colores.