Durísimo artículo de Incitatus, del cuál no me atrevo a hacer valoración alguna; les transcribo un sólo párrafo y les recomiendo —cómo no— su lectura: “¿Qué pasa? Que los “ayetistas” de hoy y sus pingorotudos antecesores llevan décadas, por no decir siglos, intentando convertirla en todo lo contrario. En una cosa para gentes de orden que van a llorar con melodías que ya se saben de memoria y con escenografías comilfó. En algo a lo que había que ir vestido de esmoquin o con todas las joyas de la familia encima. Trataron de echar de la Ópera, y en buena medida lo lograron, a gentes como las que asistieron al estreno de La Flauta Mágica, que eran paisanos de barrio, que iban allí a divertirse y a alucinar con la milagrosa música de Mozart, y que se llevaban al teatro –el An der Wien, que era algo así como La Latina de Madrid– las tarteras con las salchichas y las botellas de vino. Ustedes, “ayetistas” de las narices, han estado a punto de matar la Ópera. La sumergieron en una crisis de la que sólo ahora empieza a salir, y no gracias a las grandes voces (que apenas hay) ni a los geniales compositores, que hoy pueden contarse con los dedos de una oreja, sino a los montajes que tratan de hacer comprensible y próximo a un público del siglo XXI (¡y no del XIX!) los mensajes traspasantes y permanentes de Monteverdi, Mozart, Verdi, Pucini y los demás”. El Teatro Real y los 40 de Ayete