Estoy convencido de que Blade Runner, más allá de su calidad, es una película sobre todo sentimental. Borja Hermoso sabe expresar perfectamente esa dimensión mítica del film de Ridley Scott, en el 25º aniversario de su estreno: “Hubo una época en que quise ser replicante para convencer de una cosa a mis amigos más descreídos: para convencerles de que algunos seres considerados como apestados son, en el fondo, tan sólo unos santos escondidos, extraordinarios animales de compañía, impagables compañeros de viaje o improbables hermanos de sangre.
Hubo una época en que quise ser Rutger Hauer.
No sólo porque los replicantes de ‘Blade Runner’, en general, me acercaban a un redil de fascinación difícil o imposible de describir. Sino también porque, en concreto, una novia mía estaba locamente enamorada del tal Rutger, el replicante albino, el Dios pagano que rehúsa soltar la mano del cazareplicantes Harrison Ford para que éste se convierta en tortilla 80 pisos más abajo.
Rutger era mucho Rutger y yo nunca pude competir.” ...como lágrimas en la lluvia.