Precioso carpe diem de Jose Luis Alvite: “Éramos jóvenes, ya te digo, muy jóvenes, y entonces ni siquiera al polvo se le había repetido el suelo y aun quedaban cuervos en el Calvario. El caso es que me dejé llevar por el primer impulso, cometí todos los errores que me salieron al paso y el resto de los errores los busqué hasta dar con ellos donde quiera que estuviesen. No quería ser un héroe sin lujuria, ni un indoloro soldado sin sangre. No estaba dispuesto a que se me pudriesen al mismo tiempo la bocamanga, el brazo y los galones. ¿La conciencia? ¿El miedo a enfermar? ¿Los malditos remordimientos? ¡A la mierda todo! Era joven y estaba sano. Podría curarme de un cáncer de garganta escupiéndolo con eco en ayunas contra la boca de un muerto. ¿El alma? El alma sólo era una tripa que iba por dentro, una hidra teológica que no daba dolor al inflamarse ni le infectaba el aliento a los pedos. Éramos jóvenes, ¿que podríamos haber hecho contra eso?” Bruma, niebla y nubes bajas.