Prefiero el rostro limpio y no me gustan, por lo general, los perfumes; creo que jamás he pensado que la misma mujer estaba más hermosa con afeites que sin ellos. El artículo de María Luisa Balda no es muy bueno, pero toca un tema que me interesa, por muy antiguo que sea: “Y hace un rato, ojeando una revista dedicada al “mundo de la mujer”, he tropezado con decenas de anuncios de perfumes, joyas, cremas y lápices de labios, exhibidos por rostros femeninos tersos, tensos gracias a la meticulosa borradura de cualquier gesto, arruga, pliegue o comisura que pudiera significar vitalidad o experiencia. Rostros inexpresivos, plastificados, que me llevan a hacerme más preguntas: ¿de dónde procederá este gusto por las muñecas retocadas, meros productos de ingeniosos programas de fotografía? Y, de pronto, recuerdo los video-juegos y sus muñequitas, agresivas pero elásticas y delgadas, de pechos inmensos y piel de aislante polivinilo. Mujeres de plástico que nada tienen que ver con una mujer viva, que piensa y se emociona, y exige o cede en sus relaciones cotidianas.” Mujeres de plástico.