El postmodernismo extendió, sin querer, el relativismo absoluto a campos que, como la política, lo aprovechó para justificar todo, ensalzar la mediocridad y parapetarse con un blindaje de pensamiento único: “En estos tiempos posteriores al final de la primera guerra fría ha venido surgiendo una camada de políticos que ofician a diario el culto a una supuesta imparcialidad. Se muestran prepotentes como intérpretes únicos de los tiempos que ahora vive el mundo. Para los que no estén de acuerdo, siempre tendrán una expresión de desprecio junto con la acusación de que no se han adecuado al nuevo orden mundial.” Hamlet Hermann,
Imparcialidad inadmisible.