Sin querer ponerme trágico, llevo varios días pensando en este texto de Eduard Punset sobre la infelicidad. Es algo de lo que hablo a menudo, de la infelicidad crónica que parece que asuela como norma a un gran número de personas. Nunca me queda claro si por inconformismo, por excesivas espectativas o por qué: “¿Tiene que ver con la envidia? Es cierto que a la mayoría de las personas no les importa el crecimiento del Producto Nacional Bruto, sino lo que gana de más el vecino.
¿Tiene que ver con la perversión cultural que coarta en nombre de convenciones alambicadas pero indestructibles la capacidad de gozar? Es cierto que, a menudo, se produce una sobre inversión en prudencia posponiendo en exceso un disfrute, en aras de un bien futuro. Es cierto, pero también ocurre, tal vez más a menudo, al revés.
¿Tiene que ver con el conocimiento supuesto de las causas del sufrimiento que se convierte –el supuesto conocimiento, quiero decir-, en una losa repetitiva y asfixiante, como ocurre cuando la culpa de todo lo malo la tienen el imperialismo y los países ricos? Es cierto que el imperialismo es responsable de una buena parte del sufrimiento pero también es innegable que los gobiernos corruptos y dogmáticos de muchos países pobres lo son en mayor medida.” Las raíces de la infelicidad.