A Rafael Marín cuando era niño no le gustaba John Wayne; sin embargo yo lo idolatraba. Las mañanas de verano salía temprano a la finca, con mi pistola en la cintura y un winchester de plástico malo y mataba centenares de indios y de pistoleros invisibles, y me movía de un lado para otro imitando sus andares pendulares y su mirada entre la melancolía y el dolor. El sábado hubiese cumplido cien años ese actor Feo, fuerte y formal: “Entonces lo vi, en versión original y un domingo de carnaval por la noche, haciendo de Sean Thorton en El hombre tranquilo y vi que, como supe luego que dijo Howard Hawks, el gigantón sabía actuar, y que tenía sentido del humor, y que además (vimos la peli en la segunda cadena, en versión original) tenía una voz hermosísima, posiblemente una de las mejores voces que ha habido nunca en la gran pantalla (más tarde, además, aprendí que esa voz era aprendida, igual que eran aprendidos sus movimientos).”