Ya dije en otras ocasiones que, para la buena marcha del país, deberían de prohibir entrevistas a futbolistas; añado ahora que debiera evitarse a toda costa la emisión del Festival de Eurovisión. Javier Ortiz les cuenta por qué: “No obstante, lo que me causó una más viva y lacerante impresión fue el público.
Porque lo de los presuntos artistas lo entiendo: si te pagan por hacer eso, pues lo haces. Sin complejos, que diría Rajoy. (Desde ese punto de vista, puedo incluso hacerme cargo de lo maquilladísimos que iban. Quizá lo hacían para que nadie pudiera reconocerlos por la calle a partir de hoy.) Además, en tanto que periodista, soy incapaz de ponerme demasiado severo con las ruindades que los demás tienen que hacer para ganarse la vida.
Pero, lo del público ¿por qué? ¿Qué necesidad tenían esos miles de personas de estar todo el rato gritando, elevando los brazos como posesos, dando voces y agitando banderas, muchas de ellas de ignota procedencia? ¿Qué les habían dado? ¿Cómo podían saber, incluso, qué carajo estaban cantando los que ocupaban el escenario, si ellos no paraban de bramar por su cuenta, rivalizando en estruendo con los concursantes?
Me pareció todo rarísimo.” Esto no hay por dónde cogerlo.