Me sabrán disculpar que les ponga el párrafo final de este texto de Sergio Ramírez sobre el infierno, pero expresa exactamente lo que siento hacia esta «modificación» continua que se da en los últimos tiempos a ciertas figuras que, mucho más como arquetipos míticos que como valor religioso, marcaron parte de mi infancia: el mismo infierno, el limbo, el purgatorio… Regreso a los infiernos: “La peor de mis pesadillas cuando niño tenía que ver con el infierno y su cohorte de diablos armados de tridentes que buscaban empujarme hacia los insondables abismos de los que surgían indómitas llamaradas, o hacia los calderos de aceite hirviente en los que los supliciados debían purgar sus pecados. Aquellos diablos de pellejo colorado y cachos de buey, que olían a azufre y cuyos ojos de lumbre despedían un fulgor maligno, eran parte real de mis noches, como lo eran mis sudores helados al despertar, temiendo siempre regresar al sueño. Cerraron el infierno, para alivio de tantos, y, triste realidad, no era más que una medida provisional.”