Dos de los más grandes, John Wayne y Katharine Hepburn, nacieron hace ahora un siglo. Oti Rodríguez Marchante los recuerda en una reunión casi (sólo casi) imposible en la pantalla: “A John Wayne se lo encontró Ford en una curva de La Diligencia y con Katharine Hepburn se dio de bruces cuando ella precintaba su matrimonio con Ludlow Odgen Smith y un poco antes de que planeara sobre su melena pelirroja la avioneta de Howard Hugues o se estampara contra las borracheras de Spencer Tracy, otro del clan de los ICCB (irlandés, católico, casado y borrachín) que tanto le gustaban a la insurrecta Kate.
Wayne y Hepburn, fuera de Ford y de la eternidad, no tenían mucho en común. No compartían gustos ni lecturas ni territorios. Es difícil, hasta gracioso, imaginarse a Hepburn en el terreno habitual de Wayne, al fondo de la pradera y a lomos de un caballo, y casi grotesco imaginarse a Wayne en el territorio de Hepburn, los salones blancos de la comedia enloquecida, o screwball. Sólo la complejidad de un personaje como John Ford podía mantener un pie en cada uno de esos paisajes tan lejanos e irreconciliables, y llevar con la cabeza bien alta y al mismo tiempo una de esas conversaciones jugosas y profundas con Hepburn y una buena borrachera y bronca con Wayne y demás pandilla.” La dama moderna y el caballero de siempre.