Enrique Bustamante, Místico: “«Es de hecho una sangre seca —escribe Marsilio Ficino—, espesa y negra la que produce la melancolía o bilis negra, que llena la cabeza con sus vapores, seca el cerebro y oprime sin descanso, día y noche, el alma con tétricas y espantosas visiones… Es por haber observado este fenómeno por lo que los médicos de la antigüedad afirmaron que el amor es una pasión cercana al morbo melancólico. El médico Rasis prescribe así, para curarse de él, el coito, el ayuno, la embriaguez, la marcha…» Lo recuerda Giorgio Agamben a propósito del Eros Melancólico, enfermedad de filósofos, artistas y poetas.
Y yo lo traigo aquí para mostrarle a alguien (a alguien posible, ausente) que anduvo en ello enfocando desarregladamente; que nombró sin nombrar y sin poderse desprender de cierto peso; que nada apuntaba allí ni a Paracelso ni a Jacob Böhme; que lo observado no era más que la visión de un hombre herido, de un hombre derrotado.
Si la mística, para Juan de la Cruz, es la “llama del amor viva”, la ciencia del amor de lo que se puede amar (¿tocar?, ¿abrazar?), aun a sabiendas de que jamás será conocido por el pensamiento; y para Wittgenstein lo místico supone la delimitación correcta de lo decible y lo indecible, la constatación de que Dios no se manifiesta en este mundo, ¿a qué vino entonces esa confusión sin cuento?”