Javier Marías, De qué lado estar: “Pero con la Segunda Guerra Mundial apenas cabían dudas: «ser» inglés o americano solía ser lo apetecible, «ser» alemán un oprobio. Y me resisto a creer que la preferencia se debiera tan sólo a que los aliados la habían ganado, pues en nuestros combates de troyanos y griegos la mayoría queríamos formar parte de aquéllos, los ilustres perdedores. Desde entonces, desde la niñez, se me hizo muy patente que la neutralidad era casi imposible. Si uno estudiaba un episodio histórico en el colegio, resultaba difícil no inclinarse por alguna de las partes en conflicto, lo mismo que cuando traducíamos a Julio César o la Iliada. Si veíamos un partido de fútbol, aunque nuestro equipo no participara, lo normal era desear la victoria de uno de los dos rivales, por motivos caprichosos a veces. Si uno leía una novela o veía una película, resultaba inevitable identificarse con el protagonista y esperar su supervivencia y su triunfo, o bien, si el personaje era empalagoso, cambiarse al bando de los malos, que a menudo eran más divertidos. Lo que rarísima vez se daba era asistir a algo, lo que fuera, con absoluta indiferencia, o, lo que era aún más frustrante, con desagrado por todos los adversarios.”