Augusto Monterroso es uno de los más grandes escritores latinoamericanos contemporáneos que vivió discretamente a la sombra de muchos de sus coetáneos, quién sabe si siendo el mejor de todos ellos. Este texto de hace algunos años de Mario Roberto Morales lo recuerda: “Una mañana, en el vestíbulo del Mayflower, Tito se enfrascó en una conversación intensa con un muchacho venezolano, dramaturgo y fanático del beisbol. Fue increíble oírlos. Yo me quedé callado, recordando a un pitcher apodado el Látigo Acosta cuando yo entrenaba en el Diamantillo del Hipódromo del Norte, y Tito y el venezolano desplegaban como toreros una cultura beisbolística verdaderamente impresionante: historias, scores, en fin. Si de algo sabe Tito en esta vida es de beisbol. A fe mía que sí. Y me pidió que no lo contara en Guatemala porque pensaba que lo iban a considerar reaccionario, o de plano «hueco». Nos reímos a carcajadas los dos. Seguro, de dolor.
Nos despedimos fraternalmente una noche, y yo le pregunté si vendría a Guatemala en caso de que la Universidad de San Carlos le otorgara un doctorado honoris causa. Me contestó que sí, que iría personalmente a recibirlo. Y como yo trabajaba en Extensión Universitaria de la universidad estatal, informé del asunto e hicimos la formal propuesta para darle el doctorado a Tito, ante el Consejo Superior Universitario. Mismo que respondió que no, sencillamente porque sus miembros no sabían exactamente cuáles eran los méritos de ése señor… Monterroso. “ (Des)encuentros con Tito Monterroso.
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