Marcelo Figueras recuerda la figura del escritor argentino Rodolfo Walsh, 30 años después de su asesinato. Me encanta como Figueras explica por qué Walsh está en su olimpo personal de escritores argentinos, por encima de otros más reconocidos como el propio Borges. Para ello parte del suplemento especial que el diario Página 12 le dedica al escritor, con artículos de Lilia Walsh (su mujer) o Rodrigo Fresán entre otros: “Me quedo con las palabras de Lilia, contando que Walsh se quedó con las ganas de plantar una doble hilera de álamos plateados a la entrada de su casa en San Vicente, porque cuando el viento mueve las hojas, «suenan como lluvia fina». Sigo con Lilia, cuando recuerda que Walsh encontró su vocación de narrador contando cada noche un capítulo de Los miserables, de Victor Hugo, a sus compañeros del internado para niños. Me pregunto al igual que Fresán cómo novelizar a Walsh. (Ah, cómo me gustaría escribir ese libro…) Comparto la visión de Pauls según la cual Walsh, antes que denunciante o mártir, fue «alguien poseído por el mandato de decir, alguien para quien decir no es una elección, ni un oficio, ni un lujo, sino una necesidad compulsiva». Hay un eco profético en esa decisión de Walsh de escribir Operación masacre, la historia de los fusilamientos de José León Suárez con que el gobierno militar quiso reprimir un alzamiento popular, después de que alguien le susurrase la frase: «Hay un fusilado que vive».” Ese escritor.