Fernando del Alamo nos cuenta la historia del descubrimiento de la penicilina, una mezcla de La suerte, la genialidad y la sencillez: “Una mañana que estaba con un fuerte catarro estornudó y una gota de su propia secreción nasal fue a parar a la preparación. Y sucedió lo inesperado: al cabo de unas horas comprobó que esa gota de mucosidad había destruido a su alrededor casi todos los microbios de la placa de cultivo. Repitió el experimento en días posteriores con saliva y lágrimas obteniendo iguales y espectaculares resultados. Había descubierto la lisozima, sustancia presente en todas las secreciones orgánicas que evita muchas infecciones al destruir los microbios que entran en contacto con las mucosas del organismo. Pero no era la panacea, pues los microbios a los que atacaba eran poco importantes y ninguno de los que causaban neumonía, sífilis o tuberculosis.”