En Los rayos de la muerte Fernando del Alamo nos cuenta el paso del descubrimiento de las ondas electromagnéticas al radar, impulso como tantos otros descubrimientos del ansia militar: “Tenemos demostrado que una chispa producida en un lugar podía hacer que se generara otra chispa en otro lugar. Este detalle, que puede parecer superfluo, no pasó por alto a los del Ministerio del Aire de Londres. Es más: les sonó a música celestial. Se pusieron en contacto con un funcionario del que su mujer decía que era un soso y apagado en las pocas horas del día no dedicadas al laboratorio, que trabajaba en unas lúgubres instalaciones del Observatorio de Investigación Atmosférica del Laboratorio Nacional del Física y le preguntaron si era cierto el rumor de que los emisores de radio podían emitir unos «rayos de la muerte» contra un avión enemigo. Si no derribar al avión, por lo menos, matar al piloto.”