Diana Cohen Agrest se pregunta, ante los avances científicos y los cambios sociales, sobre Los riesgos de la inmortalidad: “Queremos seguir viviendo porque nos duelen deseos todavía no realizados, y esos deseos son una promesa venturosa que sólo el futuro nos puede conceder.
Esos deseos, sin embargo, tienen que poder ser reconocidos como propios: yo deseo escribir un gran libro o jugar mejor al tenis. Pero no deseo alunizar o investigar la vida de las hormigas, y aun cuando puedan ser deseos altamente calificados, yo no los reconozco como míos. Y sin deseos, los seres humanos no tenemos ninguna razón para ver la muerte como una desventura. Más aun cuando intuimos que, a modo de amenaza latente, nuestra vida podría prolongarse indefinidamente de manera insoportable.”