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Historia de La Moda

“El poeta S. Mallarmé denominó a la Moda “diosa de las apariencias”. Un con­cepto el de la apariencia que es necesa­rio no confundir con el de mentira”. Jorge Lozano ofrece en la revista Espéculo esta disertación sobre el origen, concepto, historia y evolución de la Moda o fashion como recurrentemente se la nombra en estos tiempos.
Carmen Castro | 13/07/2002 | Artículos | Historia

Comentarios

  1. Bladimir
    2003-06-13 19:57 Sin comentarios
  2. CARLA GOMEZ
    2003-10-18 18:42 OJALA PUDIESEN TENER ALGUN COMENTARIO SOBRE LA MODA PORFA QUIERO LOS 6 DISEÑOS. GRACIAS
  3. Magaly Meza
    2003-10-31 03:48 bueno qiciera q pucieran la historia de la moda.. desde la moda de los vestidos volados hasta ahora, los jeans acampanados y los tops ombligueros.
  4. marcos perez
    2003-11-21 03:39 quiero informacion sabre la prensa grafica en especial la historia de esta
  5. carla
    2003-11-25 01:30 por favor solicito historia de la moda desde sus inicios hombre y mujer para fines de trabajo de investigacion
  6. Antoño
    2003-12-02 04:07 Deseo saber la historia de la moda y demas informacion relacionada al respecto, me urge pues estoy desarrollando un trabajo de investigacion metodologica.
  7. Celeste
    2003-12-08 17:39 kissiera ke me den más informació de la moda kienes fueron sus fundadores y todo eso ok es ke urge por ke estoy haciendo un trabajo.Gracias¡¡¡
  8. miguel angel
    2003-12-31 02:38 Quisiera saber hacerca de la historia de la moda en todas sus etapas. ¿En dódnde puedo localizar esta información?. Gracias…
  9. Jose
    2004-01-09 15:14 Hola!! Por lo que me consta veo que no hay suficiente información sobre la historia de la moda. Es verdad que sobre este tema no hay una gran cantidad de bibliografía pero las que hay son lo suficientemente buenas como para terminar teniendo un mayor conocimiento de este campo. Por lo que a mi respecta, he buscado mucho en librerías sin encontrar nada con lo que ampliar mis conocimientos. He tenido que irme a otras ciudades (Barcelona, Valencia…) para acceder a dicha información. Por ello os mando una pequeña bibliografía para que la observeis: 1. Breve historia del traje y de la moda. James Laver (Ed Cátedra) 2. Diccionario de la Moda, los estilos del siglo XX. Margarita Rivière. (Ed grijalbo) 3. Diccionario de la moda y los diseñadores 4. Historia de la moda del siglo XX. Gertrud Lehnert (Ed. Köneman) Además os envío una buena información sobre historia de la moda antigua. Si quereis más sólo teneis que pedirmelo.Aquí lo teneis: La indumentaria es una sección de la Arqueología, de índole esencialmente artística, comprendiendo la noción de los trajes estilados por hombres y mujeres, desde el origen de las sociedades, bajo cual concepto entra de lleno en la historia. Naciendo el hombre desnudo, el vestido se le impone naturalmente, cual necesidad de decencia y abrigo; mas como la vestidura exterioriza al individuo, aquella necesidad elevada a lujo, convirtió la vestidura en traje o distintivo, por medio de combinaciones de corte, apañado, adornos y realces, más o menos artísticos, que solieron y suelen inspirarse en el gusto de cada lugar y tiempo. Por eso el traje es un ramo del arte, y se afilia a la estética peculiar de cada lapso histórico. Resultan de aquí tres grandes divisiones en la noción de la indumentaria: 1.º De origen y localización, por regiones o países. 2.º Histórica, por épocas o tiempos. 3.º Artística, por series de manifestaciones o estilos. La división primera viene a fundirse en las otras dos, como correlativa de ellas y participando de sus caracteres; al paso que la tercera se reduce a un accidente de la segunda, en la cual se condensa este ramo de la Arqueología, a semejanza de los demás. Por épocas y tiempos, pues, deben recorrerse las fases de la indumentaria, toda vez que del trascurso de ellos resale la misma, bajo su triple aspecto característico, histórico y artístico. Las épocas más señaladas dentro de la historia, son cuatro: antigua, media, renacida y moderna; cada cual especializada en la indumentaria, que se destaca al través de ellas con mayor relieve que otras secciones arqueológicas. Época antigua Sección 1.ª Probablemente corrieron muchos siglos desde los primeros ensayos de abrigo y gala, hasta que el arte de hilar y tejer produjo telas o paños bastantes a cubrir todos los miembros del cuerpo. En países cálidos bastaron, como aún bastan entre salvajes americanos, simples lumbares para ceñirse, y accesorios más de ornato que de abrigo, collares, segmentos, brazales, cinturas, etc. En otras regiones, si bien el rigor del clima exigió resguardos mayores, nunca llegaron al extremo precisado después por el refinamiento de costumbres. Aun las civilizaciones griega y romana, con ser adelantadas, desconocieron muchas prendas que hoy se juzgan inexcusables como las referentes en general a cubrir cabeza, brazos y piernas. De fijo, los primordiales vestidos consistieron en zaleas y texturas vegetales. Vellones de lana trenzados unos con otros, pudieron sugerir idea del tejido, y lo mismo las cerdas y crines, los tallos y raíces de plantas, y entre nuestros indígenas iberos, el muelle esparto y el flexible junco, que constituían abundosa producción de su suelo. En yacimientos palustres y cavernas no sólo de España, sino de Galia, Helvecia, Germania y otros, se han descubierto del referido esparto, sayos, alpargatas y prendas análogas, de fecha prehistórica, a veces tan delicados como prolijos de confección. Naturalmente, las formas elementales del traje se redujéron a túnicas o grandes camisas, y mantos o paños para cobijar cabeza y espaldas. Túnica y manto compusieron efectivamente, las solas bases del traje durante la antigüedad clásica, más o menos larga aquélla, ceñida o desceñida, con o sin mangas, subordinada con frecuencia a otras túnicas de realce o suplemento; y el manto, también varió en dimensiones, colocación y ornato, siempre bajo su índole propia de abrigo, porte y realce externo. Los hebreos de la Biblia, los indios de los Vedhas, los egipcios de la jeroglífica, asirios, escitas, persepolitanos, babilonios, todas las naciones de lejano origen asiático, según monumentos procedentes de ellos mismos, basaban su indumentaria en dichas dos piezas, generalmente amplias y undulosas, acompañadas en ocasiones del pantalón (anaxárides o sarabara) que fue muy común entre orientales, como también de un píleo o gorro por estilo del frigio, de otra tocadura símil al turbante, y de bonetes elevados como el phtah persa o el fez turco, que solían distinguir a ciertos funcionarios. Las mujeres, por su natural recato, gastaron siempre luengas faldas, ya de túnica entera, ya cercenadas al talle, suplido el cuerpo por otra semi-túnica, esclavina o pañoleta de confecciones diversas, abrigándose la cabeza con velos o tocados. El traje antiguo, esencialmente hierático, influido las más veces por el dogma o el rito, y regulado por la casta, aparece casi inmutable durante miles de años, sin las fluctuaciones de la moda y del capricho, o con tan leves diferencias, que no cabe apreciarlas dada la escasez de monumentos iconográficos. Fácil será pues historiar en breves rasgos la indumentaria de los antiguos. Egipcios.- En Egipto fue por demás sencilla: un delantalillo cruzado entre piernas, bastaba a las numerosas clases populares, artífices, labriegos y esclavos. Otras veces este delantal crecía a manera de faldeta o zaragüelles, hasta debajo de la rodilla, siendo para ricos una prenda ostentosa, ceñida y lazada delante, algo acampanada al extremo, realzada con bandas, recamos y múltiples ornaturas. La túnica egipcia, promiscua a los dos sexos, constaba de dos piezas oblongas, asidas sobre los hombros por sus puntas, y a los ijares con un ceñidor, llevando a veces manguillas, ya anchas, ya ajustadas. Aunque de lino, entretejida o pintada de vivos matices, solía bandearse de franjas (calasiris) al rededor de los muslos. El manto era de lana blanca o de géneros listados, trasparentes y muy livianos. Sobreponíanse las mujeres a la túnica, un juboncillo axemo o sin mangas, de fuertes colores, y a él otra túnica de finísimo lino con mangas abiertas, cogidas sobre el pecho, añadiéndole en fiestas principales una gran vestidura rozagante. Las damas en especial, gastaban multitud de alhajas, diademas, zarcillos, collares, ceñidores, brazales y amuletos, completando el arreo de los ribereños del Nilo, hombres y mujeres, variadas y prolijas tocaduras, en que prevalecía la forma de capota, y adornos simbólicos como la flor del loto, el buitre, la serpiente y el escarabajo; los hombres además criaban barba o simple barbilla, cortado el pelo o cercenado a raíz del cuello. El calzado ligerísimo, reducíase a sandalias de palo, papiro, corteza, etc. Quizá ningunos otros tipos allegan más clara la relación estética del arte con el traje, ya en la sencillez general del trazado, ya en el sistema accesorio decorativo de motivos simétricos, alternados y multicolores. Hebreos.- La túnica hebraica fue larga de haldas y de mangas, viva de tintas, rica en orladuras; el manto, cuadrado, de abigarrados arreboles; entre la diferencia de hechuras de una y otro, hallaba recursos la coquetería femenil. Eran apreciadas las cabelleras y barbas, acicaladas éstas y perfumadas por los hombres, que además criaban largos favoritos sobre las sienes, para distinguirse de otras naciones vecinas que se rasuraban a cercén. Retenía el cabello una banda frontal, convertida para damas ricas en preciosa diadema de oro. Lucían a su vez multiplicidad de dijes, inclusos unos aretes ensartados en la nariz, y los hombres numerosos anillos, con báculos en las manos. El velo, tan común a las beldades orientales, fue vulgar entre hebreas, que sabían ya rebozarse con el garbo tan genuino a su vez en nuestras paisanas. Las magníficas descripciones de los libros sagrados, las pompas algo groseras de Israel, y las barajadas costumbres de aquel pueblo singular, ofrecen también característica asimilación en su indumentaria. Fenicios.- Parecido al de los hebreos debió ser el traje de los fenicios, si bien más rumboso, por ser ellos especulativos de suyo, pues surtían de bellos productos a otros países, señaladamente en exquisitas alhajas, de que hacen frecuente y encarecida mención los mismos libros Santos. Asirios.- En Asiria y naciones similares, formalmente autocráticas, de compasado ceremonial, de graves costumbres, de rudas y severas artes, el traje adquirió análogas semblanzas, aristocrático, ceremonioso, alambicado y solemne. La túnica señoril rozaba los pies; entre pueblo y milicia era mucho más breve, justa, sin pliegues, ceñida con cinturón ancho, de manga corta, o larga y angosta. El manto (caunace o persiana) llevábase también muy apañado, en tal disposición, que rodeando el sobaco derecho iba a doblar sus dos extremos sobre el hombro izquierdo, a veces para sobreceñirse al talle. Túnica y manto estaban orlados de anchas franjas y copiosas flocaduras, y además pendía a la izquierda del cinto un colgajo a manera de borlón. Ostentaban sus reyes una tiara cónica bandeada, o una simple diadema, de cabos desprendidos a la espalda. En general, la tocadura masculina reducíase a bonete redondo orlado, cobijando profusa cabellera, que en muchos casos se trenzaba al confín con singular simetría, no menos que la barba, tendida, cuadrada y rizada a zonas horizontales. Traje mujeril de los eunucos; pelo partido sobre la frente y mesado tras las orejas; aretes y manijas; vestido de manguilla, ceñido al cuello y largo hasta los pies, con franja bordeada; pañoleta de amplísimo fleco, que después de rodear el cuerpo iba a cogerse diagonalmente sobre el hombro izquierdo, por estilo del manto de los hombres. Prevalecían las ropas blancas y las orlas policromas; piernas desnudas; calzado de sandalias. Pendientes, ajorcas y brazaletes, hacíanse extensivos al sexo feo. Los guerreros añadían para su defensa, coselete de escamas, gnémidas de plancha en las antepiernas, y capacete ya redondo, con viserilla, ya puntiagudo o cresteado, y guarda-orejas en lugar de cogotera. El armamento de todas esas naciones antiguas varió poco, reducido a sus piezas defensivas elementales, utilizando para el ataque las armas de todo tiempo: espadas, venablos lanzas, flechas, hondas, etc. En unos cilindros grabados, de origen babilónico, procedentes de las ruinas de Birs-Nemrod, vense todos los caracteres del hábito asirio, con ciertas variantes de sombreros o bonetes, de copa ya alta, ya baja, menuda aleta; amículos como gabanes, y faldas mujeriles adornadas a órdenes de falbalás. La ciudadela de Birs-Nemrod, conserva informes pinturas de personajes, vistiendo largas batas rayadas al través, con birretes medos o cascos puntiagudos. En Babilonia estilábase el borceguí persiano. Persas.- Éstos, según Jenofonte, vivieron y vistieron al principio con suma parsimonia. Al conquistar la Media, aceptaron muchas ventajas peculiares de los vencidos, cual nación más civilizada, pero conservando en su traje cierta fisonomía especial. Así, mientras ellos guardaron el anaxárides o calza, un sayo cruzado, con cinturón, de manga justa, y un gorro o píleo algo bombeado, echado adelante, con guarda-papo, agregada en ocasiones una pequeña dalmática muy semejante a la que usa el clero católico, y zapatos o botines en los pies; los medos tenían un largo ropón (candys, palla) purpúreo o de vistosos ramajes, puesto encima de otra túnica interior, con su falda algo apabellonada por el cinturón, y el cuerpo convertido en anchurosa esclavina a guisa de alas, quizá verdaderas mangas, que llevaban metidas o flotantes, cubriendo la cabeza un morterete estriado; todos gastando barbilla y pelo muy encrespado al occiput. Entre los persas, la cabellera fue un distintivo tan preciado, como más adelante vino siéndolo para germanos, godos y otros. Los guerreros solían colgarse al cinto gruesos machetes y anchurosas aljabas. En época más cercana, los persas de Darío habíanse afeminado de tal modo, según el autor susodicho, que no contentos de apelar a variados abrigos, se envolvían la cabeza en una como bufanda encapillada, y las manos con mitones forrados de pieles. Partos, etc.- De partos, armenios y otros que moraban al sur de la Persia, hay escasa noticia. Los primeros, hacían estima de la cabellera, al igual de los persas, como signo de realeza y autoridad (Plutarco), habiendo adoptado sus bonetes de lana hasta para la milicia (Estrabón); pero se ajustaron al traje de los medos. El cídaris, tiara real armenia y parta, tenía forma muy elevada, con picados arriba y un faldar hendido en la nuca. Indios.- Los indios, por testimonio de Quinto Curcio, no variaron mucho desde su origen, insiguiendo antiguos bajo-relieves y manuscritos suyos, viéndoseles siempre en el arreo esencialmente oriental de turbantillo encasquetado, cabello poco crecido y barba mediana; camisa luenga hasta los molletes, fajada y mangueada, y anchos calzones, que a su extremo venían a juntarse con las sandalias. Más livianas las mujeres, al paso de utilizar dichos calzones, añadíanles haldetas de géneros trasparentes, mientras un breve corpiño provisto de simples braceras, abarcaba su cuerpo, y un chal revuelto o un manto tendido, cubría su cabeza, cuando no andaban en trenzas sembradas de garzotas, muy valiosas de ordinario, como el resto de alhajas que lucían en diferentes partes del cuerpo y del vestido. La ligereza y color claro de sus telas, estampadas de rayas y flores, han sido invariablemente especialidades de aquella nación, propagadas a menudo a las de occidente, como dechados de una industria tan ingeniosa como original. Frigios.- Acerca el traje frigio, es preciso recurrir a memorias romanas para hallar ejemplares, asaz uniformes por cierto, de su sarabara o calza floja, recogida sobre los tobillos, zapato cerrado, túnica copiosa hasta media pierna, ceñida y de manguilla, encima de manga entera, con empuñaduras; manto cogido por sus puntas al hombro derecho, y el característico gorro muelle de una pieza, con caídos, soltados o plegados, y punta inclinada hacia adelante. De otra parte, los monumentos griegos, en especial sus vasijas pintadas, han conservado el tipo del traje lidio, que tenía mucho de jónico y etrusco, ya en vestidos y amículos de estudiada plegadura entre hombres, ya en leves túnicas sobrepuestas, variadamente ceñidas, cubiertas acaso de otro amículo entre mujeres, todo con abundancia de orlas en campo de topos y estrellas, grecas, meandros, etc. El poeta Asio dice de los lidios que acudían al templo de Juno vistiendo resplandecientes ropas, debajo otra gran vestidura blanca coleada, llevando el pelo acicalado a rizos delanteros, mezclado de cigarras de oro, y suelto a menudas trenzas por detrás; los brazos cargados de riquísimas ajorcas. Tocado común a entrambos sexos fue una escofieta aturbantada, cercada de joyeles, sobre bandas de cabello a menudos rizos, que caían hasta las cejas; también la barba era de rigor entre varones. De chinos, japoneses, annamitas, etc., es inútil hablar, pues jamás se han salido de sus ropones a manera de grandes sacos que les envuelven todo el cuerpo, así a hombres como a mujeres, con sus sombreros y tocas especiales y unas zapatillas achineladas. Distinguiéronse siempre, no obstante, en la calidad de ropas y géneros exquisitos, a menudo por su confección, delicadeza de tejidos, hermosura y contrastes de matices, que al igual de las telas indias sorprendieron a la Europa culta, cuando empezaron a correr en el siglo XVII. Las naciones asiáticas en general, han tenido siempre una manera de ser que las distingue de las demás, y en cierto modo las desliga del eslabonamiento histórico, que referente a indumentaria trazamos de evidencia. Segregadas así del cuadro general de ella, resulta ocioso su estudio, por carecer de trascendencia e influencia. Sección 2.ª Indumentaria clásica La variedad de prendas indumentarias, divídese por las leyes del Código Romano y sus intérpretes, en indusios y amículos: indusium, del verbo «induere», meterse o ponerse, y amiculum, de «amicire», cubrirse, que viene a ser la misma división de túnicas y sus fracciones (medias túnicas, faldas, corpiños, calzas, etc.), y de abrigos en toda suerte de mantos, togas, capas, gabanes, mantillas, velos, etc. La indumentaria antigua ofrece además otras divisiones, sobre la base de amículos en pieza, que pueden considerarse como genéricas, a saber: pallium, clámide, peplum, velo. El palio, gran paño cuadrado o rectangular, usado sin abrochadura, caracterízase por la forma de apañamiento o la manera de ser llevado, que era varia, ya doblado por su borde, echada una punta por encima del hombro izquierdo, y revolviendo al mismo después de rodearse por el sobaco derecho, desprendida la otra punta hasta el suelo, o bien recogida al brazo; ya desprendido de ambas hombreras, ya subido a la cabeza, o caído simplemente y rebozado, abarcando los brazos, o bien dejando libre el diestro. La clámide, algo menor que el palio y no siempre rectangular, pues ensanchaba un poco sus ángulos extremos, usábase prendida con fíbula o broche en el centro, o por sus puntas sobre el hombro derecho, descendiendo luego paralelamente al brazo, o bien suelta a la espalda, para dejar la acción más libre. En esta forma llevaba su clámide la caballería de Tesalia, donde esta prenda tomó origen. El peplo formaba otra gran pieza rectangular, doble que el palio, sirviendo de vestidura femenil, plegada primero longitudinalmente, cosa de un cuarto de su ancho, para formar como una vuelta o valona hacia fuera, y doblada luego por su centro; constituyendo cada paño o mitad con su doblez afuera, el anverso y el reverso del ropaje, que se colocaba afibulado a los hombros desde sus lados extremos, sujeto al talle con ceñidor, éste generalmente doble, a la cintura y a la cadera, con rebosado intermedio que daba gracia y ayudaba a sostener los caídos. Esta ropa sin complicación, causaba un efecto donoso, debido sólo a su especial compostura. El velo o caliptra griega, de liviano tejido, más o menos amplio, participaba de manto y tocado, siendo llevado sobre la cabeza, y cubriendo el rostro cuando lo exigía el decoro femenil. Griegos.- En Grecia la túnica, xiton o xystis, componíase de dos piezas cosidas sólo por el lado izquierdo, y asidas arriba mediante corchetes. En esta forma carecía de mangas, larga y tendida para mujeres, y corta hasta encima de las rodillas para hombres, que solían llevarla abierta del lado derecho, descubriendo la mitad del tórax, ceñida con uno o dos cintos, y rebosada o no la ropa encima de ellos. Ceñíansela las mujeres por igual estilo, sin descubrir nunca el seno, si bien las de Esparta, avezadas a ejercicios activos, dejaban entrever su pierna derecha por la cisura lateral. El xiton solía servirles de interula, con otra sobretúnica menos larga y algo más recia, y abrigo de mantelillo o clámide. Esos precedentes arguyen las condiciones extrínsecas de la indumentaria griega y romana, que sin corte especial ni apañado de ningún género, tomaba su gracia de las mismas formas del cuerpo, relevándolas más que ocultándolas con sus vistosas ondulaciones y flexibles plegados. Por eso fue esencialmente plástica y estatuaria, e inspiró a grandes artistas los bellos tipos que fueron y serán siempre modelos de escuela y ejemplos de admirable factura. Nada en ella de forzado y postizo; la hermosura de cada miembro resalta en toda su lozanía, o acusa toda su delicada morbidez; la acción aparece siempre natural y libre, la exteriorización precisa y acabada. A la finura de siluetas y pliegues, al buen gusto artístico del conjunto, supo aquel traje agregar la armonía de tintas y matices, de ordinario suaves y bien desleídos, agregado el miraje de vistosas orlas o fimbrias de grecas, sin incongrua sobreposición. Hubo un período sin embargo, obligado acaso por la ritualidad gentílica, en que el ropaje griego, sin dejar de ser airoso y elegante, ofreció escasas plegaduras, llevando prolijos floreados y recamos de colorines chillones; indudable influencia de los vecinos pueblos del Asia Menor, y aun de otros más orientales, dándose casos de serviles imitaciones egipcias y asirias, así en capotas y chales, como en ropas y géneros rayados, listados, floreados, etc. Vestiduras de semejante clase regalábanse en Esparta a mujeres públicas o cortesanas. Éstas y las danzarinas, estilaron aquellas celebradas telas diáfanas, elaboración de la isla de Cos, que solían aplicarse a las Bacantes. Representan además los vasos figulinos, de origen anterior a la estatuaria, escenas grotescas, cuyos personajes visten con bastante divergencia de las formas clásicas, evidenciando que en un período dado, o entre las clases populares, no siempre reinó la misma corrección de estilo, notándose amículos estrambóticos, tocados y calzados extravagantes, sayuelos ajedrezados y gabancillos de pieles, con otras remembranzas muy afiliadas al género asirio, persa y otros asiáticos. A su lujo creciente debió Grecia la importación de modas tan extrañas como heterogéneas; así por ejemplo, las damas ricas de Atenas lucían elevada corona en la cabeza, grandes aretes en las orejas y galochas en los pies. De sus túnicas hace enumeración Aristófanes, señalando sucesivamente la crocota (tinta en azafrán); la cimberica, pequeña y trasparente; la ortostadia, recta y sin costuras; la encicla, breve y redondeada; el zomon, vestido franjeado, para ancianas; la podera, ropaje de lino, picado a sus extremos; el catasticton, zoota o zodiota, ropón bordado de alimañas y flores; el schiston, otro abierto por los lados, y atacado mediante broches de oro y plata; la cotonaca, orlada de piel, para esclavas; la symetria, faldellín ribeteado de púrpura; el xiston, que a la vez servía de túnica y manto; el pentectenes, gabancillo también purpurado, con entrelazos radiales. Había túnicas interiores llamadas kyrassis, a modo de camisa, interula, larga, sin mangas, para acostarse, castaula, a un tiempo jubón y faldeta. En Hypata de Tesalia, obtenían boga las alhajas y los vestidos floreados; en Siracusa, según Teócrito, corrían la tolia y otras túnicas, el ampechonion (mantelillo) y el theristro (mantilla); en Esparta túnicas breves, hendidas lateralmente, descubriendo los muslos, adornados éstos con broches o periscelidas. Strofion era el nombre de un rico ceñidor, y de la misma clase el parifo, reducíase a un galón cabeado de púrpura, el perileocon a una cinta encarnada, con ribete blanco, y el meandro a una bandilla doble, que se cruzaba en zig-zag; dos otros ceñidores escondidos, uno pectoral y otro abdominal, eran respectivamente la zona y el anamascalisteron, incluso el stithacemone, especialmente mamilar. En variedades de calzado, Póllux reseña hasta veintidós; las señoras generalmente para darse elevación, gastaban zapatos con altas suelas de corcho, como después fue el chapín de las españolas; por casa andaban en pantuflos; por la calle con zapato entrado, o simples sandalias, presas con correas a la garganta del pie, y para barros erepidas o botines. El coturno, calzado a la tirrena, fue puesto en boga por Fidias, que se lo dio a su Minerva del Partenón. El peinado más común de las griegas era en raya sobre la frente, y trenzado por encima de las orejas; las espartanas mesábanse el pelo, reteniéndolo con una cinta; las doncellas solían ñudárselo en lo alto de la cerviz, o prendérselo en moño con un alfiler cabeado artísticamente. Formaban tocados la diadema, entretejida de oro y pedrería; la anadema, bandilla rodeada en espiral; el estrofio, simple cinta de lana; la caliptra o redecilla; la tholia, otra redecilla abultada, el nembé, cerquillo sobre las sienes; el sombrero de paja tesalio, para viajes, y el de pelo para calle, blanco en general, aunque los había amarillos y encarnados. En calidad de alhajas pueden señalarse, como pendientes, los dryopes calados, los hellobios, imitando el lóbulo de la oreja, los botrydes a semejanza de racimos, las cariátides de diversas hechuras; como collares, la trica o doble gargantilla, con pinjantes de forma parecida al ojo humano; los tanteuristas, collares de pedrería, que al andar producían cierto sonido; las murenas, anillos enlazados, de dos colores, imitando las cambiantes de aquel pez; como brazaletes y pulseras, aros, planchuelas y cadenillas de oro, y multitud de sortijas para manos y pies. La coquetería sabía apelar al recurso de menjurjes y arreboles, pomadas para el rostro, aguas, colirios, untos y tinturas para ojos y pelo, etc. El traje común de hombre era blanco, sin excluir otros colores, entre los que gozaban aprecio el verde-agraz y el verde-prado; advirtiendo que la púrpura fue siempre regia, y el negro sirvió para luto, que las mujeres trocaron en blanco durante el imperio romano. Túnica gastaron los helenos, exclusos sus esclavos, junto con una vestidura dicha bathracida, a flores sobre fondo verde-rana, y un mantillo de corte tetrágono llamado lena o clena, que servía de abrigo, y ocasionalmente de almohada para dormir. La clámide, originaria de Macedonia, solía ser negra en Atenas, aunque se llevó blanca en tiempo de Adriano. Los cómicos exclusivamente, por decencia, poníanse calzones. Empezaron los vestidos siendo de pieles; después se fabricaron telas de lino y lienzos ligeros; más adelante estofas gruesas de algodón, fábrica de Cos, ordinariamente rayadas y floreadas para trajes mujeriles, y últimamente se elaboraron sederías de piña marina. La costumbre de afeitarse no empezó en Grecia hasta Alejandro, quien antes de la batalla de Arbella mandó rasurar a todos sus soldados, para que no dieran presa al enemigo; conservaron empero su barba los filósofos, al objeto de aparentar autoridad. El bigote fue prohibido a los lacedemonios por edicto de sus éforos. Póllux llama mostachos a los pelos de debajo de la nariz, y vello a los que crecen del labio inferior. El cabello solía cercenarse a la redonda; en Atenas se dejaba algo crecido para atusarlo, y en Lacedemonia llevábase largo. Varió a intervalos por influjos noveleros, como fue en tiempo de Luciano, cuyos contemporáneos gastaban pelo corto y acicalado; revuelto y sin arreglo, particularizó a los esclavos; cómicos y estoicos se trasquilaban a raíz. En Egina, desde tiempos lejanos, usáronse sombreros de fieltro, y como peculiar de marinos y labriegos, señala Hesiodo el pilos sin orillas o aletas. Semejante a nuestro sombrero, redondo, muy voleado, el petaso servía a pastores, utilizándose asimismo para viajar y salir al campo, sujeto por sus bordes con dos cordones, que permitían lazarlo debajo de la barba o echarlo a la espalda; un gorro de piel de perro distinguía a los ilotas. El calzado masculino redújose a una plantilla, con pequeñas guardas de un dedo y talón de cuero, lazándose por medio de correas al ingreso del pie, y eran comunes unos botitos de becerro, caprichosamente exornados. Los magnates atenienses sobreponíanse al zapato -unas medias lunas de oro o marfil, por estilo de las hebillas que todavía usan nuestros clérigos. El lujo y la afeminación habían crecido de tal modo en tiempo de San Juan Crisóstomo, que este vigoroso atleta del cristianismo no pudo menos de censurar agriamente a los ricos, que andaban precedidos de lictores para abrirse paso entre la multitud, pregonando en público su nombre, como también a las matronas que se presentaban enjalbegado el rostro, llenas de preseas, cubiertas de túnicas entretejidas de seda y oro, y calzando brillantes zapatos negros, de punta corva; todo esto sentadas en carrozas, con tiro de mulas blancas y jaeces dorados, siguiendo a pie una turba de eunucos y camareras. Propio de cortesanas fue un tocado carmesí, que era como su distintivo; de celestinas, una banda de igual color, empleada a igual objeto; de esclavas, el manto de Crispín; de cómicos, la carátula, y de cantores, la mascarilla. Cinco siglos antes de Jesucristo, un manto costaba 20 dragmas (cada dragma equivalente a unos 3 y medio reales), una túnica 6, y un calzado 8. El armamento de los griegos fue de lo más donoso, a la par que ligero y elegante, compuesto de yelmo crinado y comado, coselete ya de mallas, ya de planchas, sujeto por los claviculares, rematando en haldeta, gnémidas de plancha en las antepiernas, o botinas, y broquel redondo, a veces cercenado por ambos lados; todo lleno de perfiladuras y laboreos conforme al delicado primor del arte helénico. Sus armas ordinarias consistían en jabalina, lanza y espada para los cuerpos de hoplitas o infantería de línea, y en arcos y flechas para los ligeros de psilites y peltastos. Romanos.- Roma después de imitar a Grecia, emuló con ella en opulencia, gusto artístico y aparato suntuario e indumentario. Muchos de sus trajes, así en nombre como en hechura, siguieron siendo griegos, pero conforme sus artes plásticas, aun imitando de cerca los estilos dórico, jónico y corintio, se modificaron creando el orden compuesto, más grandioso quizá, pero falto de aquella armonía y pureza genuinas del arte griego; así bien el traje vino complicándose, más opulento sin duda, pero distando mucho del garbo, soltura y corrección de líneas que tanto distinguió al de sus modelos. Como quiera, el traje romano conservó siempre su unidad de nombres y formas, y sólo al decaer el imperio fue bastardeándose con agregaciones espúreas, o con novedades debidas a la disipación de costumbres (la adopción de prendas galas, ibéricas, asiáticas, las túnicas mangueadas, las medias calzas, la modificación y sustitución de la toga, las cubiertas de cabeza, etc.). El primitivo traje del Lacio, para hombres y mujeres, constó de túnica axema (sin mangas) o con manguilla ancha, ceñida al cuerpo para trabajos manuales. Posteriormente se le agregó la toga, con el tiempo gran manto, peculiar del ciudadano, distintivo del quirite, augusto blasón del pueblo rey. Demarcaba las senatoriales el laticlavio, luenga tira central de púrpura, que más angosta (angusticlavia) servía para los simples quirites o caballeros. Una túnica purpúrea sembrada de palmas de oro, honraba al director de los juegos circenses y a los triunfadores en sus solemnes entradas. Usaban toga en público las gentes libres de toda edad y condición, pudiendo llevarla aun fuera de Roma; estaba cortada en forma de media luna, cuyo cuerno o extremo izquierdo pendía del hombro correspondiente, y rodeado el resto por el sobaco derecho, el cuerno opuesto se echaba sobre el otro hombro. Al principio fue de lana, blanca como la túnica, o prieta entre las clases bajas, y pulla o negra por luto; pero en la época imperial húbolas de linos delicados, de seda y de colores diversos. Franjeada de púrpura llamábase pretexta, sirviendo a magistrados y a niños impúberes, los cuales hasta llegar a la edad de razón traían suspenso al cuello un amuleto en forma de corazón (bulla), de oro entre ricos, y de cuero los pobres. De emperadores fue exclusiva la trabea o toga de púrpura, y de triunfadores la picta, que ya llevamos mencionada. La toga empezó a decaer en tiempo de Augusto, llegando a prohibirse su uso en las asambleas populares. Rivalizaron con ella y acabaron por desalojarla, la pénula, gabancillo encapillado, de lana o de piel, inventado para viajes y lluvias, y la lacerna, manto como el pallium griego, también encapillado, prendido al hombro, hendido en su mitad inferior delantera, igualmente para abrigo. Empezó a estilarse puesta encima de la toga, trayendo origen algo añejo, pues según Ovidio ya la usó Colatino, marido de Lucrecia; pero aún no corría mucho en tiempo Cicerón. Otro manto masculino invernal llevado con túnica, especialmente en las ceremonias religiosas, fue la lena, purpúrea entre el sacerdocio, y coccínea o carmesí para señores y dignatarios. De procedencia griega la abolla, constituía un suntuoso ropón de púrpura, llevado en Roma por el rey Tolomeo, por el estoico Egnacio y por los filósofos de la escuela cínica. Simple mantillo la endrómida, servía principalmente para cubrirse y evitar resfriados después de los ejercicios gimnásticos, y a su vez la síntesis constituía un paludamento más amplio que la toga, empleado en saturnales y banquetes. A la servidumbre estábanles vedados la toga, la palla y la estola, genuinos del hombre y de la mujer libres, siendo su traje habitual sencillo y de colores modestos. Muchas de las ropas enumeradas, formaban parte así del traje civil como del militar. Túnica vestían centuriones y soldados, con el sago rojo de la clase de palio, pero grosero, prendido al hombro derecho y hendido delante, para vestirse encima de la armadura; entre jefes, purpúreo y recamado de bordados. Sirviendo principalmente en la guerra, echábase mano de él en grandes urgencias y calamidades públicas. Pénula y lena hacían veces de capotones en el campamento, y con menos frecuencia la lacerna. Al general o jefe correspondíale el paludamento de púrpura, más largo que el sago, y también afibulado al hombro; tomábalo en el Capitolio antes de salir de Roma, y si no volvía triunfante, debía sustituirle la toga. El traje mujeril participó mejor de la índole graciosa y elegante que distinguía al de las griegas, sin sufrir notable alteración, no obstante los caprichos de la voluble moda. Túnica constituía su hábito esencial para dentro o fuera de casa, primero de lana, y de lino cuando fueron intimándose las relaciones con Egipto; el refinamiento de la decadencia puso en boga las delicadas sedas y los vaporosos tejidos de Cos. Sobre la túnica solía vestirse estola, larga ropa blanca cogida a los hombros, equiparada a la toga ciudadanil, con realces de púrpura y oro en su parte alta, y rematando por detrás en pliegues acanalados que cubrían los talones. Como característica de señoras o matronas, fue respetada siempre por la novelería, la cual se indemnizó ideando otras vestiduras y mantos, tan varios de forma como de géneros y colores, entre los que señalaremos el cericio, vestido del color de la cera virgen; la crocótula, tunicela azafranada; la cymatide, vestido color verde-mar, con ondulaciones tornasoladas; la patagiata, túnica a flores de oro y púrpura, y franjeada vistosamente; la plumatile, tornasolada como la cymatide, ofreciendo visos de plumas; el indusio o indusiata, interula por estilo de camisa, para quehaceres domésticos; calthula, mantillo color de pensamiento (caltha), del cual tomó nombre; impluviata, otro manto esquinado, como el impluvio de las casas, color pardo, y según Varrón, adecuado para tiempo de lluvias; ralla, manto ligero de gasa; ricinio, otro manto cuadrado para cubrir la cabeza y fijarse al rededor de la garganta como una pañoleta. Nuevas variedades de forma y color constituían el supparo, la spissa, la regilla, el melino, el basilico, el exótico, el lacónico, la mendícula, el lintheolo cesicio, etc., etc. Salían las mujeres en público cubiertas con velos, entre ellos la palla, colocada sobre la estola, velado el rostro más por coquetería, que por el antiguo precepto de no ir descubiertas. Su calzado constaba de sandalias (soleas o crepidas), y raras veces de calceos o botinas. Inútil es decir si las romanas gastarían multitud de alhajas de toda clase para prendido y para tocado, en que a la riqueza de materia de oro y pedrería, agregábase casi siempre valer exquisito y buen gusto de mano de obra; durante la época imperial, muchos hombres se atrevieron a beneficiar para sí esta parte de lujo. Tampoco añadiremos si a aquéllas eran conocidos los recursos del tocador, que en todas épocas, hasta las más razonables, han sido aliciente instintivo de la mujer: pomadas, cosméticos, tintes para el cabello, sobre todo el rubio, que privó muchísimo, al extremo de utilizarse como postizo el de las germanas, preferido por la fuerza de su matiz. En tocados y peinados dieron muestras de inagotable ingenio, ya recogiéndose el pelo dentro redecillas de seda y oro, ya torciéndoselo con vendillas de sirgo y púrpura (para doncellas, de lana blanca, extensiva a las vestales y al sacerdocio). La mitra, bonete de procedencia oriental, formaba como un gorro o turbantillo, acompañado de medias carrilleras. Otros y otros, a fuer de cascos ornamentados, decíanse galeros, con su variante de corymbias, que eran como guirnaldas de yedra. Peinado favorito, en forma de torrecilla hecha del mismo pelo, era el tútulo, propio de la mujer del Flamín, realzado para ella con listones purpúreos. Cuberturas.- En rigor los romanos no las tenían, andando con la cabeza descubierta, abrigándola sólo cuando era necesario o en ciertos actos religiosos, con la capilla de la pénula o de la lacerna, y también con pliegues de la toga, una de cuyas puntas se rebozaba al efecto por el cogote, sin perjuicio de dejarla caer dando conversación a sujetos respetables. Un gorro alto de lana llamado píleo, distintivo de los esclavos emancipados, o de los que se vendían sin garantía, llevábase en general durante la fiesta de las saturnales. Para guarecerse de sol y lluvia en el campo, en viaje o en los espectáculos, servía el petaso, sombrero aliancho, consentido por Calígula a los asistentes al teatro. Otra cubertura, el galero, reducíase a un casquete velloso, con pequeñas alas alrededor. Del apex hacían uso los sacerdotes, y formaba otro bonete encasquetado, hincado en su cima sobre una motilla de lana, un palito de fresno que encerraba significación simbólica. Cubría a los soldados, ya el casco de cuero (galea) adornado con cimera y crines, ya el de metal o cassis, uno y otro fabricados después de metales diferentes, sirviendo el primero para infantería en especial, y el segundo para caballería. Calzado.- Respecto a calzado, todas sus variedades en la época romana pueden reducirse a dos grupos: calceo, zapato callejero con traje de toga, sencillo, de cuero fino y de un solo color, rojo a menudo, y cubriendo todo el pie, lazado a veces con cuatro guitas o correas, menos en el uso común. El calceo senatorial llevaba encima del empeine o en el cruce de las correas, una media luna de plata o marfil, que representaba la cifra ciento, número de los primitivos senadores según Plutarco. Sandalia (solea) era calzado casero e impropio de calle, dentro de Roma, para cuando se andaba en túnica sin toga, o cuando se estaba con holgura en la mesa o en el lecho. La sandalia, hecha de cuero, ligera de suyo, atábase con diferentes nudos y pequeñas correas fijadas en la plantilla. Variante de sandalia, fue la crepida, diferenciándose de ella en llevar talón. Rústicos y plebeyos gastaban sandalias de palo, ferradas a veces, y los jornaleros pobres unos zuecos dichos sculpones. A los militares perteneció la cáliga, botina hasta media pierna, sin contar la ocrea, que era una planchuela de metal para defensa de la canilla. En la hueste romana, la cohorte pretoriana usaba un armamento lujoso, inspirado en el gusto griego. Los legionarios, formando cohortes y manípulos, llevaban yelmo sencillo, coraza faldeada de correas, mantelete, cáligas y escudo, generalmente de canal, aunque los había de diversas hechuras y dimensiones. Las ofensivas consistían en espada o machete, suspenso comúnmente casi debajo del sobaco derecho, el pilo, que era una luenga pica de balance, lanza, dardos y venablos, etc. En la caballería romana, como también en la griega, figuraban unos jinetes catafractos, que así ellos como sus monturas revestían una armadura ajustada de escamas o planchuelas. Sección 3.ª Indumentarias indígenas Anteriores y coetáneos a griegos y romanos, poblaban el resto de Europa y parte de Asia y África, además de las naciones explicadas, gran número de gentes divididas en tribus y pueblos, que ocupaban los países sucesivamente dichos, Germania o Alemania, Escandinavia, Iberia o España, Galia o Francia, Britania o Inglaterra, etc., tomando nombre en general de las razas predominantes, celtas, iberos, runos, dacios, germanos, galos, bretones; razas indígenas formadas de transmigraciones y agrupaciones, cuyo origen se pierde en la sombra de los tiempos, y cuya civilización fue desplegándose muy desigualmente, aunque siempre inferior y mucho más tardía que en los orientales, sobre todo entre las dos naciones que por su genio especulativo o avasallador, heredaron los progresos de aquella privilegiada región del mundo. En general, el estado de dichos pueblos puede asimilarse al de numerosas tribus americanas que todavía existen hoy. Sedentarios unos, cultivaban la tierra, y de sus productos y de la ganadería vivían frugalmente en pequeños grupos, las más veces hostiles entre sí. Nómadas otros, manteníanse de la guerra y de la caza, a costa de sus víctimas. Primitivos fueron en unos y otros la industria y el tráfico; sin letras, sin artes, y por largo tiempo sin nada de lo que constituye la delicia de la vida, observaban costumbres por demás groseras y supersticiones idolátricas; por creencia meras convenciones; por leyes la tradición, y el consejo de los ancianos por única moral y filosofía. De algunos centros quedan vagas memorias, enunciando una existencia asaz morigerada y patriarcal, como se dice de nuestros turdetanos. Otros con el tiempo llegaron a constituir verdaderos núcleos de nación, tan populosos como activos, los cuales ya de sí, ya tomando ejemplo de vecinos, o lección de dominadores más adelantados, pudieron crearse industria, comercio y marina, que les valieron haberes y potencia en armas. Las razas más vigorosas de España fueron dos, celtas e iberos, y un producto híbrido de ambas denominado celtíberos. Mañosamente supeditados por los cartagineses, cuando las primeras guerras púnicas bastáronse a sostener contra el pueblo rey un duelo que duró centurias, glorificado por los inmortales sacrificios de Sagunto y Numancia. Los ciudadanos españoles de aquella época, tenían organismo, gobierno, leyes, artes y ciencias; vivían socialmente; sabían erigir edificios cómodos, y vestían trajes bastante análogos a la indumentaria clásica, de manto y túnica. No faltaban otros pueblos rudos y montaraces, de usanzas mucho más adustas, cuyos trajes se reducían a toscas zaleas o a sayos de lana sin teñir, y el sae galo, con abrigos de ocasión, calzando botinas de cuero caballar o rústicas abarcas. El sexo dicho bello, aun en las épocas de primitiva rudeza, supo dar indicios de la innata garbosidad española, puesto que en decir de Estrabón, Amiano Marcelino y otros pocos autores que hablan de ellas, usaban tocados artificiosos, y recamaban de vivos colores sus vestidos. Descollaron los españoles, merced a sus hábitos de lucha y guerra, en el arte de domar y montar caballos, y en forjar armas así ofensivas como defensivas, que las tenían muchas, varias y de buen temple, tan preciadas algunas, como su espada-machete, y sus escudos pelta y cetra, que merecieron ser adoptadas por los romanos. En cuanto a armaduras, sabida es la historia de la que regalaron a Aníbal los celtíberos, como superior alhaja por su solidez, riqueza y elegancia. En tiempo de los emperadores, la guardia española fue una de las mejor arreadas, al paso que la más generosa en verter su sangre para gloria y beneficio de la metrópoli. Usaban los galos y otros, trajes especiales de su invención, como la saya, la lina, el bardocúculo, la braga, común a nuestros galaicos. A semejanza de los iberos, los galos y otros pueblos independientes, vestían túnica a manera de camisa corta, y la referida braga, que era ancha entre las razas kimricas, y estrecha en la narbonesa. Una zamarra larga hasta los tobillos, denominada caracalla, sirvió de apodo a un emperador que se había aficionado a ella con especialidad. Algunas colonias belgas llevaron a Bretaña el arte de hilar cáñamo y lana, de cuyos géneros eran las túnicas blancas de los bardos y los plaids multicolores de los jefes; pero hasta el tiempo de Agrícola no empezaron a seguir las modas y costumbres romanas. El traje de Germania, grosero y holgado a la par, constaba de sayos ligeros, a veces de pieles, y de undulosas enmantaduras. Corrían allí adornos de plata, metal asaz común en aquella región; y de oro, cobre, hierro, toscas piedras y vistosos abalorios, hacíase no menor gasto en las demás naciones. Utilizaban para la guerra todo género de armas, entre las que se señalan el gessum o visarma, la lankia, el pilum, el scramsax, hachas y segures, venablos, escudos de tablas y mimbres, tan caprichosos en formas como en divisas, y gáleas de cobre, a veces con adornos, cuernos y vestiglos; ligeras armaduras de planchas o anillos metálicos; carros de batalla falcados, para desbaratar al enemigo, etc., etc. El gusto de engalanarse con despojos, propagó el lujo, y con él la molicie, que facilitaron la conquista. Absorbidos unos y otros pueblos por el colosal imperio de los Césares, a vueltas de la independencia perdida, llegaron a identificarse con el mismo, participando de sus ventajas. Bajo este punto de vista, la sujeción a Roma lejos de poder considerarse como un mal, fue para la mayoría un gran beneficio, que apresuró su civilización, dándole unidad política e inmensos recursos materiales. España no salió la peor librada, pues beneficiando sus riquezas propias, ganó inmensamente en actividad y población, logró prestigio e influjo, hasta escalar los más elevados puestos del estado, se llenó de monumentos, brilló en ciencias y artes, y aun dio el tono a muchas costumbres y modas que cursaban en la capital del orbe, con sus mercaderes, sus soldados, sus epulones y sus bailarinas. El traje romano hízose general, según aparece de mil testimonios gráficos, excepto en aldeas y montañas, donde quedó como provincial un traje mezcladizo, que ha seguido destacándose en todos los siglos. Al mudar Constantino su solio a Bizancio, bien pronto la suntuaria y las modas asiáticas se insinuaron en el traje meridional, y poco a poco fue degenerando la virilidad del antiguo. Ya la toga no era majestuoso distintivo del quirite, volviendo a sustituirla el viejo manto, y con él otros abrigos apañados y confortables; la túnica adquirió mangas enteras; las piernas se abrigaron con calzas y calzoncillos; los pies con calcetines (udones) y zapatos cerrados, la cabeza con gorros y bonetes. Entonces fue cuando se vulgarizaron la braga, el bardocúculo, el rheno y otras prendas de Galia, España y demás provincias igualmente aventajadas. La innovación mayor consistió en ropas o telas preciosas de seda y oro, brocados y tejidos como las paragaudas, crisoblattas, holoveras, holoséricas, y en la profusión de fimbrias, segmentos y plastas, lores, bilores, pentelores de púrpura, con oro y pedrería, entre ellos el xiadión, especie de delantalillo rectangular, cogiendo sobre el busto casi un tercio de la clámide, decoración autoritaria, propia sólo de los emperadores y magnates de Bizancio. No privaron menos los vestidos laboreados o bordados de figuras, animales, aves, motes e inscripciones, que representaban escenas de la historia sacra y profana. Este lujo sobresalió entre los bizantinos en escala siempre ascendente, hasta la época de los Conmenos, cuyos retratos aparecen vestidos como verdaderos maniquíes. Las mujeres no podían rezagarse, e igual lujo blasonaron en sus dobles túnicas, acompañadas de clámides y mantos, o bien de valoncillas, pañoletas, pallias, stapiones, etc., todo profusamente recamado y fimbriado, con sus complicadas tocaduras y velos, y su calzado no menos pulido. Este propio lujo se extendió a los militares, que ostentaban armaduras chapeadas de oro, plata y pedrería, coseletes prolijos, cascos de aleada cimera, espadas de rica empuñadura, escudos cubiertos de esmaltes y otros adornos. Las literas de paseo y de viaje, los caballos de tiro y de montar, engalanábanse con accesorios y jaeces de no menor riqueza, sucediendo lo mismo en edificios, en todo el personal y ajuar doméstico, en los teatros, en el circo y en los campamentos, según autorizada aserción de Sidonio Apolinar y otros escritores coetáneos.
  10. Gloria
    2004-02-25 22:17 Hola hoy es 25 de febrero del 2004, me gustaria presentarme antes de empezar a hablar; soy Gloria una estudiante de 3º de la ESO que siempre le ha llamado mucho la atención la moda, simpre me ha gustado seguir la moda de segun que marcas porque me gustan sus creciones, es mas hace poco en el colegio nos dijeron que empezaramos a pensar sobre lo que quiriamos ser de mayores y hacia que rama de la enseñanza nos queriamos ir, a mi siempre me han gustado mucho las letras , las ciencias no me gustan, todo lo referente a letras me atrae , como bellas artes, una filologia, etc etc pero lo que de verdad me llama la atencion es ser DISEÑADORA DE MODA, mi objetivo laboral ahora mismo es poder llegar a ser una buena diseñadora por eso si alguien lee este comentario me gustatia que si le ha interesado un trozo de mi vida, y quiere hablar sobre este tema, o es alguien interesado en lo mismo que yo que me agregue a mi msn que suelo estar alli temporalmete. Un Saludo para todos los lectores.fresa_chocolate7@hotmail.com
  11. tamara
    2004-04-30 06:25 quisiera saber los retos a los que se enfrenta un diseñador de modas de alta compostura al pasar el modelo inicial,hecho en papel al producto fisico,tengo algunos puntos,pero no encuentro informacion para desarrollarlos,como la caida,la tela,etc…espespero obtener una respuesta pronto,pues estoy haciendo un trabajo metologuco,y tambien estoy muy interesada.MUCHAS GRACIAS
  12. valeria
    2004-04-30 06:29 quisiera saber los retos a los que se enfrenta un diseñador de modas de alta compostura al pasar el modelo inicial,hecho en papel al producto fisico,tengo algunos puntos,pero no encuentro informacion para desarrollarlos,como la caida,la tela,etc…espespero obtener una respuesta pronto,pues estoy haciendo un trabajo metologuco,y tambien estoy muy interesada.MUCHAS GRACIAS
  13. Ondina Botello
    2004-07-08 01:56 Quisiera saber donde consigo datos relacionados con la Tendencia de la Moda desde sus inicios. Gracias
  14. veronica
    2004-07-31 09:32 Deseo información sobra moda año 1960,gracias por su buena onda
  15. Carmen
    2004-08-20 10:59 Quisiera que alguien me explicara el concepto “pronto moda” es para un trabajo

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