Vivir de la alarma social [*pdf] es un extenso informe de Mariano Fernández Enguita que analiza cómo se manipulan y utilizan los datos —referidos a acoso escolar y laboral en este caso— para crear alarma social: “La combinación es notable por su eficacia: de un lado, expertos tratando de vender soluciones, para lo cual primero hay que vender los problemas (como dicen los analistas de mercado, primero crear la necesidad, luego ofrecer la manera de satisfacerla), y nada mejor que vendérselos a colectivos completos; una solución en busca de un problema. Por otro, grupos de intereses tratando de obtener legitimación para colocarlos en la agenda pública, y ninguna forma tan eficaz como la cientificación de las pretensiones propias, esto es, como la transfiguración de los intereses propios en valores generales. Cualquiera que sea la causa a defender, hoy en día todo el mundo tiene su experto, como ya tenía su abogado” [Ref.: Malaprensa ]
2007-02-14 12:10
Estoy de acuerdo en que los estudios presentados sobre el acoso escolar o bulliyng no son rigurosos y está bien que se denuncie eso.
Ahora bien, que el abogado defensor sea un inútil y no presente testigos pertinentes no hace que el acusado sea culpable; o si lo preferís, al revés: que el fiscal sea un desastre y no sepa presentar las pruebas ni acusar de lo que debe, no convierte al acusado en inocente.
Lamentablemente, lo que ahora toma nombres tan raritos como acoso escolar, existe. Acabo de ser testigo indirecto de ello en el centro al que asiste mi hija mayor. Yo lo llamaría violencia física y psicológica.
Os dejo un hecho: una niña de 1.º de la ESO pide a otra, en el recreo: “ven”. La víctima: “no”. La violenta n.º 1: “que vengas”. La víctima, ya asustada: “¿para qué?”. La violenta n.º 2 (curioso, nunca van solos los violentos): “O vienes o te traigo de los pelos”.
La víctima se levanta y, junto algunos amigos, se acerca. Insultos de las violentas. Excusas entre lloros de la víctima. Testigos oyen decir: “Pégala, venga, dale ya”.
Tras un buen rato, por fin alguien consigue que intervenga un profesor.
Llama a la víctima y a la violenta n.º 1. La violenta n.º 1 alega como defensa que no pensaba pegar a la víctima y dice que “si hubiera querido pegarla de verdad, no lo habría hecho en el instituto”. El tutor encuentra que la respuesta es muy lógica.
Se le hace un parte.
La violenta n.º 2 no recibe ni una reprimenda. Tengo que decirles que la violenta n.º 2 pegó, en el instituto, jaleada por varias más (entre ellas, la violenta n.º 1) a una cría de 1.º de la ESO. Fue expulsada tres días.
Mi hija no es ni víctima ni violenta. Sólo ve y aprende. Esa es la vida normal de un instituto. Cuando le he preguntado cómo es que las chicas se pegan (perdonen, en mi época no era normal) me ha dicho: “se pegan puñetazos, patadas, como las peleas que salen en el telediario”. Le pregunto si los chicos también. Me dice que ellos se pegan fuera, normalmente con otros de otros centros.
Tengo que decir que el instituto es nuevo y que sólo hay alumnos hasta 3.º de la ESO.
Que la violencia escolar es un caso aislado, ¿no? Vengan a convencerme, por favor.
2007-02-14 23:14
Ana, no se niega el acoso, sino que se advierte sobre el espectáculo y la sobreactuación. No sé tú, pero el entorno escolar en que crecí era igual sino peor en lo que a violencia se refiere. Cuando se titula en una periódico (perdón, no encuentro la url) que 1 de cada 8 (no sé era esa la proporción, más perdones) alumnos ha sido insultado alguna vez, se manipula la verdad y se provoca un estado de ánimo peligroso: confundir la convivencia y el aprendizaje social de los chavales con la violencia y el acoso es peligroso. De niños, todos insultamos y fuimos insultados, todos pusimos y tuvimos motes, todos nos peleamos. Trivializar el asunto es insultar y denigrar a los que realmente son acosados.
Saludos.
2007-02-15 09:17
No sé qué decirte al: «No sé tú, pero el entorno escolar en que crecí era igual sino peor en lo que a violencia se refiere. »; en mi entorno nunca hubo chicas ni chicos que amenazaran a otro y le esperaran a la puerta para pegarle, ni escenas como la que he relatado. Sí había motes, claro. Aunque no muchos. No todos insultábamos, por cierto.
Las peleas se hacían de niños, nunca en bandas, y siempre sin planear, al estilo de El pequeño Nicolás. Y claro, de aquello como mucho salía un par de niños llorando. Enseguida había un profesor que los separaba. El resto de los compañeros no jaleaban a los pegones. Y los que se habían pegado un día, al día siguiente volvían tan amigos. A partir de cierta edad, las peleas fueron muriendo solas.
Las relaciones que se establecen entre los niños según van creciendo, en el colegio, son, desde luego, las primeras relaciones sociales. Para que fluyan bien, los hechos que no se admiten en la sociedad, en el colegio y en el instituto, deberían estar claramente explicados y enmendados y, si no se consigue, castigados. De hecho, en las normas de los centros sí se deja claro que ejercer la violencia sobre otro compañero, un profesor o incluso el material del centro es un hecho grave. El problema es que, o no se enteran, o el castigo es un simple parte (creo que los coleccionan; «ya llevo once partes, tía», con orgullo).
La etapa rebelde, no sé cómo la van a vivir, si ya no tienen nada más contra qué rebelarse.
Yo sí veo diferencia con cómo crecí yo, Marcos.
Un saludo. Ana